viernes, 30 de noviembre de 2007

El ocaso




EL OCASO


El ocaso por fin ha llegado.

Los rayos de un sol viejo y caído

tocan las crestas de un mar azul,

con sus etéreos dedos fulgurosos

y envuelven el atardecer en su abrazo,

entre tonos rosáceos, rojos y anarajandos,

vistiendo de hermosura el cincelado paisaje.


Las dunas del desierto,

arena blanca y escurridiza,

ondulan calladas y serenas,

reposando bajo su caliente caricia.

Nadie osa ahondar en su suelo blando,

dejar sus huellas en tan suave tapiz dorado.

Por ello un aire manso y libre

vuela lejos de la prisión del espacio

y se deja llevar a lugares inconcebibles

para la mente de un ser cualquiera,

que no ha comprendido aún, la belleza

que acompaña a tan cálido aliento divino.


El cielo, otrora azul cielo o gris sombra,

se torna bajo su tacto liviano,

en otro más maravilloso si cabe,

lienzo de colores sutilmente entretejidos.

Más allá de las nubes espumosas,

ubicado en su morada ingrávida y eterna,

el Ojo de los Mil Colores baña,

con mesura a veces y con generosidad otras,

a nosotros los mortales, que bebemos ávidos,

necesitados, de su esencia embrujadora.


Las hojas de los árboles, de verdosas tonalidades,

irradian vida y esplendor

en sus tallos y en sus extremidades.

Las gotas de un pronto rocío

magnifican todo cuanto se refleja en ellas,

multiplicando infinitamente el

verdor iridiscente de aquel arbusto,

planta trepadora o tronco anclando a la tierra,

que tan altruistamente le ha dado sostén.


El ocaso ha llegado.

Y con él al atardecer se ha posado en mi corazón.

El calor llega a mi alma sin titubeos y

las tinieblas de mi espíritu se deshacen vencidas.

Un suspiro de color sangre aguada

que por ser longevo y tardío

aporta la sabiduría que la mañana, aún joven e inquieta,

no puede soñar jamás en poseer.

Llamas quietas, transparentes y ensoñadoras.

El cristal de mi ventana

siempre os dará paso a mi mundo ;

Entrad sin dilación y quedaos en él,

pues no puedo concebir ni un sólo atardecer

sin el calor de tu color,

y sin la esencia de tu ser.





Autora: Dalthea








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