viernes, 30 de noviembre de 2007

El Susurro del Viento - Capítulo 5 -.






El Susurro del Viento

Capítulo 5





Había sido pura casualidad que La Cuadrilla del Séptimo andara por los caminos de la ciudad costera. Los que conducían al bosque del Emigrante eran muy poco frecuentados. Por ello cuando vieron a aquella mujer de exuberante cabellera castaña, trotando delante de ellos, se sorprendieron mucho.

La cuadrilla hacía tiempo que había extendido su radio de acción hacia las ciudades del sur de Karmania. Las gentes que siempre habían sido tan confiadas eran ahora muy precavidas. No salían de sus casas si no era en grupo o bajo la protección de alguien competente. Y eso les había complicado a la vida a ellos, pues eran caza recompensas.

Gracias a Zondvarag la suerte estaba de su parte.

Desde que la cuadrilla había dado con un jefe astuto y capaz, sus ingresos habían aumentado mucho. Moander el Rojo, como así se llamaba el cabecilla, había pensado que saquear el centro de las ciudades buscando víctimas para vender en el mercado negro, aunque lo hicieran por las noches, era demasiado arriesgado. Lo único que les abría todo un surtido de posibilidades, además de la piratería de la que nunca había sido demasiado partidario, eran los bosques.

Pero la fama era algo que les perseguía sin cesar. Un par de asaltos en un mismo sitio y ya se corría la voz de que aquel era un lugar peligroso. Así que Moander trasladaba a sus hombres con regularidad a donde nada se supiera de su reputación.

Esta vez no había sido su intención atrincherarse en este bosque perdido de las manos de dios - del suyo claro -. Había pensado atravesarlo para llegar al próximo pueblo, Abalach, y reponer provisiones pues se les había acabado la cerveza y a penas tenían comida. Debido a eso habían levantado tan solo un pequeño campamento en el interior del bosque, lo justo como para abandonarlo cuando quisieran y sin muchas complicaciones.

Entonces, si Zondvarag les ponía por delante aquella oportunidad maravillosa, ¿la iban a rechazar ?. No, claro, eso hubiera sido de mala educación. Que esperase Abalach. De todas maneras la ciudad no iba a moverse de allí.

Moander, habiendo tomado una resolución, dio el alto en seguida a sus hombres. Ya le parecía ver en su mano la recompensa que obtendría por vender a la dama y a su vigorosa montura. Una oportunidad como esa no la tenía todos los día.

Sin embargo, Moander no era tonto y había advertido a primera vista que aquella mujer podía darles muchos problemas. Sus ropas le sugirieron que provenía de un lugar donde las mujeres eran fuertes y se defendían por si solas. Y el hecho de que esta se adentrara sola en el bosque del Emigrante daba confirmación a sus sospechas. También había visto el cayado firmemente sujeto en la silla de montar, lo que significaba que sabía luchar y eso era algo que no debía pasar por alto un cabecilla responsable e inteligente.

Debía estudiar cuál sería la mejor forma de aproximarse a ella.

Moander se sintió orgulloso de sí mismo. ¡Que astuto era !. Sin él, ese atajo de botarates que lo seguían a todas partes no harían nada más que rascarse los pies. Suspiró. Era muy duro y agotador enfrentarse cada día a la simpleza y la ineptitud. ¿ Pero qué podía hacer él ?. Al fin y al cabo este contraste de capacidades le daba seguridad en el mando. Seguridad que sería completa si no hubiera reclutado a ese último, el de la nariz aguileña y ojos de halcón. Ese que según él, había mirado directamente a los ojos del dios de la muerte y había conseguido mantenerse con vida. Sin duda sería una fanfarronada, como tantas otras que se había inventado él.

Ese hombre no acababa de gustarle, no encajaba entre ellos. Tal vez por que era demasiado inteligente. Y su perro...ese maldito animal de afilados colmillos y mirada asesina, siempre estaba poniendo a prueba su autoridad. Cada día que pasaba se sentía más convencido de que debía deshacerse de ellos cuanto antes.

- ¡Eldeban !.- Gritó a uno de sus hombres y apartando de su mente esos pensamientos.- Deja de hacer ese ruido tan molesto o te partiré la cabeza en dos. ¿ Me estás oyendo ?. Me pones los nervios de punta.

- Sí, Jefe.- Contestó el reprendido con voz cascada.- Lo que tu digas, lo que tu digas.

- ¿ Y qué estáis haciendo ahí parados ?.- Gritó enfadado el jefe.- ¡Vamos a perder a la mujer !.

- ¿ La sigo jefe ?.- Quiso saber uno al que le faltaban dos dientes delanteros. Se llamaba Kinno.- ¿ Quieres que yo me encargue de ella ?.

- Síguela, sí, pero de lejos. Y no hagas nada más.- Y añadió acusador.- Si se da cuenta de que la sigues y se nos escapa...vete preparando, porque ni nuestro señor podrá salvarte. De hecho le haría un favor si te matara.

- Si, jefe. - Contestó este amilanado, con voz aflautada. - No se dará cuenta, por mi madre que no.

- ¡Más te vale !.- Dijo Moander.- Vete ya. Y los demás seguidme. He de pensar cómo lo vamos a hacer.

Kinno salió disparado por el camino que había tomado la mujer.

-¿ Cómo vamos a hacer el qué ?.- Preguntó tontamente Eldeban.

- ¡A ti que te parece, imbécil !.- Moander no soportaba esa clase de preguntas. Le hacían perder energías.- Cómo vamos a coger a la mujer. A eso me refiero.

- Yo puedo tirarle una navaja y desmontarla del caballo en menos de lo que tardo en apurar una cerveza.- Dijo un hombre llamado Rondon. Era alto y de cabellos pelirrojos. Su cara tenía un aspecto desagradable.- Será coser y cantar.

- No, no es buena idea.- Negó con la cabeza Moander.

- Mi puntería es buena, jefe.- Insistió el hombre enseñándole el puñal en alto. El sol brilló en el sucio metal.

- Ya lo sé, Rondon. Pero esa mujer no es cualquier cosa.

- Eso es verdad.- El hombre llamado Darrel secundó a Moander con voz seria. Frunció los labios antes de volver a hablar.- Esa mujer esquivaría el puñal como si tal cosa. Está entrenada para eso.

Moander el Rojo lo miró y no le contestó. Ese era el hombre que los sacaba de quicio. Tenía razón pero no quiso darle el gusto de demostrárselo. En vez de eso se volvió hacia Eldeban que volvía a hacer aquellos ruidos endemoniados con la boca. Eran algo así como un chasquido continuado e irritante.

- Eldeban deja de hacer eso y escúchame.- Le ordenó Moander sacando paciencia donde no la tenía. Su mente ideaba un plan rápidamente.- Vamos a subir a allá arriba y necesito que estés tan callado como un muerto. ¿ Oyes ?.¡ Ni un ruidito !.

- Claro, jefe.- Dijo el hombre adoptando una expresión un poco tonta.- ¿ Pero, por qué jefe ?. ¿ Qué vamos a hacer ?.

- Vamos a escondernos, ¿comprendes ?.- Le dijo.- Como aquella vez que robamos cabras. ¿ Te acuerdas de las cabras ?.

- Si, jefe. Me acuerdo de las cabras.- Rió el hombre por lo bajo.- Fue muy divertido. ¿ Nos divertiremos hoy también ?.

- Si, hombre sí.- Moander pensaba ya en otra cosa. - Nos divertiremos.

- ¿ Piensas sorprenderla ?.- Preguntó el hombre de ojos de halcón mientras acariciaba las orejas de su perro desde lo alto del caballo.- ¿ Quieres montar una emboscada ?.

Moander lo miró y se rascó la cabeza.

No necesitaba una segunda opinión pero siempre era bueno saber que pensaban sus hombres, Y sobre todo ese. Le dejaría hablar.

- Sí, eso pienso hacer.- Le confesó.- Primero nos esconderemos y luego saltaremos al camino sorprendiéndola. Cuando se de cuenta tendrá cuatro hombres sujetándolas por las muñecas y los tobillos. No la dejaremos reaccionar.

Darrel, entrecerró sus suspicaces ojos y ensayó una sonrisa torva.

- No lo conseguirás.- Le previno.- No saldrá bien.

Moander se enfureció como cada vez que aquel hombre le cuestionaba la eficacia de sus planes. Lo odió con todas sus fuerzas, más se esforzó en preguntar.

- ¿ Qué sugieres tu ?.- Dijo.- ¿ Acaso se te ocurre algo mejor ?.

- Una lluvia de flechas.- Dijo llanamente y con calma. El tono de su voz era firme pero suave. - Es algo que ya empleé una vez, y funcionó.

- ¿ Y si no damos ni una ?.- Preguntó el jefe burlón.- ¿ Y si nuestros bravos y brillantes hombres no aciertan ni por casualidad ?.

- No. No me refiero a herirlos. - Dijo Darrel negando con la cabeza.- Es la distracción lo importante.- Le explicó.- Si saltáis todos a por ella la tendréis en guardia y no te gustarán los resultados. Y si disparas flechas al aire, la tendrás tan preocupada por ocultarse de ellas que no se dará cuenta de nuestra presencia hasta que sea demasiado tarde. Tampoco así será fácil, pero tendréis más ventajas.

-Uhmm.- Pensó Moander. El plan era bueno. Sí, muy bueno. Hasta tuvo que admitir que superaba al suyo.

Moander sintió miedo de aquel hombre. Siempre se había preguntado por qué se había unido a ellos. Estaba bien demostrado que podía rivalizar con él e incluso que era mejor. Fueren cuales fueren esos motivos, no tendrían que ser buenos ni para él ni para sus hombres.

Lo miró receloso. El perro que acariciaba Darrel le enseñó los dientes y gruñó como si hubiese captado sus pensamientos.

- Lobo, calla.- Le ordenó su dueño. El animal obedeció en seguida y desvió su atención a otra parte.

- Ya veré lo que haremos.- Dijo Moander mientras ponía al trote a su caballo.- Primero veamos qué ha averiguado Kinno.

El jefe de La Cuadrilla del Séptimo fue al encuentro de desdentado hombre seguido de Eldeban , Rondon y Darrel. Y por su puesto del perro, para desgracia suya.

Cuando llegaron a lo alto del camino vieron en seguida a Kinno que había desmontado del caballo. Ya estaba Moander ensayando una maldición cuando su explorador les hizo gestos con las manos advirtiéndoles que no hicieran ruido.

- La mujer se ha parado.- Dijo Darrel con seguridad.

- Eso es evidente.- Saltó Moander molesto por la altanería de aquel. Dio un tirón de las ropas de Eldeban, que estaba su lado y le ordenó que desmontara. Tanto él como Rondon y Darrel hicieron lo mismo.

Llevaron a sus monturas muy despacio y las ocultaron en el mismo lugar que había elegido Kinno para ocultar la suya. Luego el hombre les hizo gestos para que se acercaran y habló al oído de su jefe.

- Está más adelante.- Susurró.- Pero no está sola. Hay un hombre encapuchado con ella.

Moander abrió los ojos como platos y tragó saliva. Si aquel hombre encapuchado era un mago estarían todos perdidos. A él le daba igual si era un mago de Vida o de Muerte. Los magos eran magos y la magia no le gustaba en lo más mínimo. Murmuró algo a su dios, Zondvarag, y luego siguió adelante casi de cuclillas.

Caminaron en aquella incómoda postura durante un rato. Luego el desdentado Kinno se paró, se llevó una mano a los labios y señaló en dirección a un claro que había delante de ellos.

- ¿ La ves, jefe ?.- Le dijo el hombre con su voz aguda y silbante.- Está allí sentada. Y ese otro hombre es el que te decía.

Moander les dirigió una mirada escrutadora y luego suspiró aliviado.

El hombre no era un mago sino un maldito monje adorador de la diosa de la Tierra. El no sabía mucho de monjes pero no tenía que ser un iluminado por los dioses para adivinar que era una presa muy fácil.

Ambos estaban sentados uno junto al otro. Sus caballos estaban sueltos y no habían olido ningún olor que los alertara. Aquella ausencia de viento los beneficiaba enormemente.

Moander sonrió de puro placer. Sería más fácil de lo que había supuesto. Sería como había dicho Rondon, coser y cantar. Además, ahora contaba con un caballo de más. El monje no le servía para nada, lo mataría.

El jefe pidió a todos paciencia. Elegiría el momento de atacar cuando él creyera oportuno. Miró a Darrel. Este asintió y se acercó a él. El perro hizo ademán de seguirle, pero al ver la expresión aterrorizada de Moander, el dueño le indicó con un solo gesto que lo aguardara allí. El perro se sentó y no se movió.

- Será mejor esperar a que se levanten.- Dijo Darrel apenas en un susurro. Añadió luego.- Y no convendría herir a la mujer o nos darán muy poco por ella. Deberíamos disparar a discreción sobre sus cabezas para evitar incidentes.

Moander frunció los labios. Eso ya lo había pensado. No era tan estúpido para saber que una mujer en era más valiosa viva que muerta.

Sin contestarle levantó una mano para llamar la atención de sus hombres.

Eldeban, que ya estaba muy nervioso, comenzó a chascar la boca inconscientemente. Moander le dirigió una mirada asesina y éste, comprendiendo, se quedó más tieso que un palo.

- Preparad los arcos.- Ordenó casi más con un gesto que con palabras.- A una orden mía dispararéis. ¿ Me habéis entendido ?.

Todos asintieron.

El perro ladeó la cabeza y se quedó mirándolo con interés. A él tampoco le gustaba ese hombre.

El tiempo transcurrió lento y pesado. Ni la mujer ni el hombre hacían ademán de levantarse y ellos ya comenzaban a tener tirones en las pantorrillas. Eldeban no aguantaba más y Rondon se impacientaba por momentos. Era un milagro si no se le escapaba ninguna flecha antes de tiempo.

Entonces, cuando estaban todos desesperados, - menos Darrel que parecía tener una paciencia de acero igual que su fastidioso perro - el monje se levantó y la mujer hizo lo mismo casi a la vez. La tensión volvió a la cara de Moander.

Este era el momento que habían esperado.

El jefe de la cuadrilla bajó una mano y sus hombres dispararon.

Las flechas volaron libres sobre las cabezas de los desprevenidos. Aquellos a penas acertaron a moverse. Los vieron mirarse entre ellos asombrados. Moander ya estaba ordenando de nuevo que se cargaran los arcos. Al instante otra carga de flechas salieron por los aires.

La primera lluvia no había dañado a nadie. Una de las flechas no obstante, había parado en un árbol muy cerca del monje. La segunda, sí había hecho blanco aunque por casualidad. El brazo del hombre estaba atravesado de parte a parte. La mujer estaba ilesa.

A una orden de su jefe, la cuadrilla cargó por tercera vez los arcos. Lanzaron las flechas.

La mujer se agachó entonces a atender al herido y estas pasaron muy por encima de su cabeza perdiéndose de nuevo entre la maleza.

- Salgamos.- Dijo Moander levantándose y descubriendo a la mujer la trampa.- ¡A por ellos !.

Rondon y Kinno fueron los primeros en salir. Se lanzaron sobre ellos con ferocidad. Eldeban se cogía las piernas como si fuera un niño pequeño. Le había dado un calambre.

- ¡ Sal ya !.- El jefe por poco lo pateó.- Os necesito a todos.

Eldeban se levantó como pudo y cojeó haciendo constantes muecas de dolor. Su voz era lastimera.

- Ya voy, jefe, ya voy.- Dijo mascullando entre dientes. Luego preguntó estúpidamente.- Y ahora hacemos como con las cabras, ahora los cogemos, ¿no ?.

- ¡Sí, como con las cabras !.- Espetó Moander echando a andar en dirección a sus hombres.- ¡Pero muévete de una vez hombre !.

Darrel salió también de su escondite y llamó al perro a su lado. El animal, que no se había movido para nada, se levantó como impelido por un resorte a una orden de su amo.

- Vamos, Lobo.- Le dijo llamándolo a su lado.

El animal corrió hacia ellos y se quedó quieto a una distancia prudencial.

Khiara se había levantado otra vez al ver que las flechas habían parado y se dispuso a defenderse de sus atacantes. Los caballos habían huido y con Rune habían desaparecido también sus armas, el cayado y el puñal élfico. Estaba completamente a merced de aquellos hombres y Alf estaba herido en el suelo casi inconsciente.

Esta era una situación complicada.

Dos hombres, uno pelirrojo y muy alto y otro de aspecto cómico, corrían hacia ella. No tenía muchas opciones. Con el de cara larguirucha podría sin problemas pero el otro era harina de otro costal.

Khiara miró hacia arriba y buscó un arma improvisada. Una rama de árbol serviría. La arrancó con prisas arañándose las manos al hacerlo y se ayudó con el pie para desprenderla del tronco. Se escuchó un clac y la rama con hojas y todo acabó bajo su poder.

A penas tuvo tiempo de pensar qué hacer porque el hombre al que le faltaban los dientes estaba a dos metros de ella. Khiara se preparó para descargar un golpe. Blandió la rama como si fuera su cayado y asestó al desdentado un fuerte golpe en las rodillas derribándolo al suelo. Al instante el otro, el de cabellos color fuego, arrugó la cara en una fea mueca y se lanzó hacia ella con un puñal en lo alto.

Khiara le golpeó primero en la mano, haciendo que éste saltara por los aires. Luego se vio metida en una lucha cuerpo a cuerpo. Otros dos hombres venían hacia ella y un tercero,...no. Ese no contaba.

El larguirucho se levantó sorprendentemente rápido y aprovechó para golpearla por detrás, en la espalda. No le hizo mucho daño pero la desequilibró. La rama dio en el rostro del pelirrojo y le abrió una brecha en la frente. Ahora era mucho más feo.

La mujer cayó al suelo y se quedó boca arriba con la rama en ristre.

El hombre de cabellos rojos estaba muy enfurecido y se limpió la sangre del rostro con ferocidad. Con un movimiento enérgico Khiara rodó por el suelo a tiempo de esquivar el puñal de su agresor que quedó clavado en suelo justo en el sitio que ella acababa de ocupar.

-Ahgrrr.- Rugió el hombre tirando del arma apresada en el suelo.- Esta vez no fallaré.

Pero la mujer no tenía intención de darle una segunda oportunidad, así que cuando este se agachó a recogerlo, ella se incorporó de un salto y descargó la rama de árbol sobre su espalda con todas sus fuerzas. Se oyó un crujido y el hombre cayó inconsciente al suelo.

Khiara miró la rama partida en dos. Ahora tenía dos palos.

Los dos hombres que venían a lo lejos pronto llegarían hasta ella. Miró hacia los lados. No tenía ninguna posibilidad de escapar. Tendría que seguir luchando. Decidida, dio una patada hacia atrás acertando en el estómago del sorprendido larguirucho, quien se dobló dolorido por el golpe. La mujer ni siquiera se molestó en rematarlo pues ya tenía a un formidable oponente frente a ella. Este era un hombre no muy alto pero fornido y de brazos anchos y musculosos. Una barba espesa y oscura le cubría el rostro. Unos ojos astutos la miraron con el convencimiento de que ella pronto sería su presa. El barbudo atacante se lanzó a la carrera hacia ella.

Khiara se agachó y el hombre le pasó por encima dándole la espalda. Ella, viendo la oportunidad, tiró la rama partida y se lanzó sobre él agarrándose desesperadamente a su cuello y dispuesta a ahogarlo. Sabía que aquello era lo único que podía hacer con un hombre de semejante corpulencia y estando desarmada.

El hombre tenía un cuello de toro y el apretón estaba resultando muy lentamente. Cuando la mujer empezó a sentir que su víctima estaba respirando con dificultad, un repentino golpe en un hombro la derribó al suelo. El dolor fue cortante y paralizador.

Khiara había cometido un error al descuidar al último hombre.

Ahora, tendida en el suelo y malherida, vio como sus posibilidades se esfumaban. Apenas tuvo tiempo de ver de cerca la cara de aquel otro porque en seguida se interpusieron en su visión unos aterradores y afilados colmillos que la amenazaron con la muerte al menor movimiento.

Khiara se quedó quieta y fijó su vista en el perro. El animal le devolvió la mirada impertérrito. Intuía que era más poderoso que ella y se lo estaba haciendo saber.

- Lobo.- Dijo una voz firme.- Vigila.

El animal no se movió ni un ápice en su postura. Sin embargo Khiara sabía que el perro había entendido perfectamente la orden de su amo. Ella tampoco se movió. Conocía muchas historias de perros asesinos como ese.

- Coge al monje.- Oyó decir a otra voz. Probablemente la del hombre barbudo. - Y tu, ve a por los caballos.

La mujer sintió cómo los hombres a los que ella había herido o golpeado, comenzaban a levantarse. Maldijo una vez más para sus adentros por haber sido tan incauta. Ahora tanto su vida como la del monje iban a depender de aquellos maleantes.

Los hombres estaban ya todos de pie. El pelirrojo al que la sangre le cubría parcialmente la cara y que era el único que entraba en su campo de visión, parecía realmente cabreado. El la miró con odio y luego escupió al suelo muy fastidiado. No soportaba que una mujer lo hubiera dejado por unos momentos fuera de combate.

Entonces, oyó muy cerca de ella el sonido de unos saltitos torpes. Estupendo, se dijo Khiara, el cojo ya había llegado.

- ¡Ya es nuestra !.- Exclamó este último dando gritos incontrolados.- ¡Ya es nuestra !.

- ¡Pues no será por ti, pedazo de botarate !.- Gruñó el de las barbas. Debía de ser el jefe, a juzgar por el tono de voz autoritario que empleaba.- Eres más inútil que mi abuela. ¡Y deja de cojear o te partiré las piernas !.

- Sí, jefe.- Contestó el otro apoyando la pierna dolorida en el suelo y haciendo una mueca estúpida.- Lo que tu digas jefe, lo que tu digas.

- Bien.- El jefe desvió su atención a otra parte.- ¡Kinno !.- Llamó mirando a tras. Khiara no pudo ver nada. No se atrevía a mover ni el cuello para no provocar al perro que no había apartado los ojos de ella ni un momento.- ¿ Traes ya al monje o tengo que ir yo personalmente a traerlo ?.

- Ya voy jefe.- Contestó una voz aflautada.- Es que pesa mucho el condenado.- Se quejó.

- ¡Tu si que vas a estar condenado si no te das prisa !.- replicó.

- Sí, jefe. Ya lo traigo.

- Darrel.- Llamó a otro de sus hombres. Khiara observó que el tono que empleaba con este era distinto.- Espera. Antes de ir a por los caballos quita a tu perro de en medio.- Le dijo.- No pienso acercarme a la mujer hasta que esta bestia salvaje desaparezca de mi vista.

- Como quieras, Moander.- Le contestó el interpelado.- Yo ataré a la mujer si eso es lo que quieres.

- Sí, hazlo.- Dijo el jefe en tono seco.- Y date prisa.

Khiara vio como el hombre de las barbas negras, a quien el dueño del perro había llamado Moander, se marchaba de su lado seguido del pelirrojo. Ella esperó pacientemente a que aquellos hombres ultimaran los detalles del secuestro. Por que aquello era un secuestro o la habrían matado ya. ¿ O tal vez era un simple robo ?. No, no era probable.

Entonces una sombra se movió a su alrededor.

Khiara tensó los músculos de su cuerpo y se puso alerta.

- Lobo, vete.- Dijo la voz del hombre terriblemente cerca.

El animal descansó en su postura y se marchó alegremente moviendo el rabo y feliz por haber cumplido perfectamente la orden de su amo.

Unas manos la cogieron por las manos y le enredaron una cuerda en las muñecas antes de que ella pudiera ni siquiera parpadear. Khiara forcejeó e hizo ademán de levantarse del suelo.

- Quédate quieta.- El hombre terminó de atar la cuerda y se pudo en frente de ella antes de volver a hablar.- No me des problemas y no tendré que hacerte daño.- Dijo sin levantar la voz.

Los ojos de Khiara llamearon. El hombre no la miraba.

- ¿ Quién sois ?.- Le preguntó ella.- ¿ Y qué queréis de nosotros ?.

- Eso no te importa.- Contestó él secamente.

- Si queréis dinero, os daremos todo lo que tenemos.- Siguió ella.

- Cállate.- Le ordenó dando los últimos tirones a la cuerda para asegurarse de que estaba firmemente sujeta.

Entonces él la miró a los ojos.

Khiara se enfrentó a una mirada fría y sin emoción. El rostro del hombre que era casi atractivo daba sin embargo resquemor debido a aquella nariz de aspecto aguileño. Y aquellos ojos verdes eran inquietantemente peligrosos y ocultaban una gran inteligencia. Esta era una peligrosa combinación para alguien de su condición.

- ¿ Qué vais a hacer con nosotros ?.- Quiso saber, tozuda.- Tengo derecho a saber...

- Cállate te he dicho.- Repitió más duramente.- Ahora has perdido todos tus derechos. Limítate a obedecer y no hagas más preguntas.

La mujer frunció las cejas y sacudió furiosa su larga cabellera. Aquella actitud era intolerable.

- ¿Y qué pasa si no quiero obedecer?.- Le retó.- ¿Es que acaso piensas matarme ?.

El hombre se enfrentó a la mirada llameante de la mujer nómada con todo el aplomo del mundo. Su tono de voz no cambió en absoluto.

- No.- Dijo tirando de ella para que comenzara a caminar.- Pero puedo hacer que las cosas sean más difíciles para ti y para tu amigo. Y ahora silencio.

Khiara se acordó de Alf. Lo buscó con la mirada ahora que ya estaba de pie. No tardó en dar con él. El clérigo estaba cubierto de sudor. Con los ojos semi cerrados, se dejaba arrastrar por el hombre larguirucho sin oponer resistencia. Su brazo herido estaba cubierto de sangre y presentaba un feo aspecto. La flecha, aún clavada en el brazo, lo atravesaba de medio a medio.

Alf murmuró algo entre sus labios temblorosos. Moander, que estaba al otro lado, le dio un golpe en las costillas. El clérigo se quejó de dolor y cayó de rodillas sin fuerzas.

- Si le ocurre algo a ese monje,- empezó ella sin apartar la mirada de la escena que estaba teniendo lugar - os lo haré pagar muy caro.

Su apresor no contestó. Tiró de ella haciéndola caminar más de prisa hasta llegar al grupo. Cuando llegaron allí, Khiara se agachó para ayudar al clérigo. El hombre que aún sujetaba la cuerda no se lo impidió.

- ¿ Estás bien Alf ?.- Le preguntó preocupada ella.- ¿ Puedes caminar ?.

El clérigo la miró con ojos vidriosos. El dolor tenía que ser muy fuerte.

- Creo... que podré hacerlo.- Contestó él a penas inteligiblemente.

- Está bien. Intentaré permanecer a tu lado.- Dijo ella muy bajito.- Esta gente es peligrosa. No intentes nada.

Alf se preguntó en su mente si la mujer estaba en sus cabales. Un dolor sordo y enloquecedor le corría por todo el brazo y se extendía por su pecho impidiéndole respirar con normalidad. Le habían atado también las manos y no le quedaban fuerzas ni para sostener los ojos abiertos. ¿Qué se creía que podía hacer en semejantes circunstancias además de desmayarse ?.

Khiara intuyó lo que pensaba el clérigo nada más haber pronunciado aquellas palabras. Hubiera sonreído de haberse encontrado con diferentes perspectivas. En verdad, Alf era un monje al fin y al cabo .

Moander tiró de las ataduras del clérigo sin delicadezas.

- ¡Ya está bien de tanto parloteo !.- Dijo poniéndolo en pie y empujándolo hacia adelante.- Andando. Ya hemos estado aquí demasiado tiempo.

El hombre de ojos de halcón entregó la custodia de la mujer a Moander.

- Voy por los caballos.- Dijo. Y se alejó de ellos.

Khiara lo vio marchar y perderse entre los árboles en busca de los animales. El perro que parecía hacer desaparecido, salió de repente a su lado trotando a su alrededor. La mano del hombre lo acarició en el hocico cuando este rozó sus piernas.

- ¿ Le esperamos jefe ?.- Preguntó el desdentado con voz aguda.

- No.- Negó rotundamente él.- Nos vamos sin él. Ya sabe dónde encontrarnos.

La Cuadrilla de los Siete, a excepción de su último integrante, salieron camino del campamento que habían levantado en el interior del bosque.

Moander los llevó a paso rápido por los caminos que cada vez eran más tortuosos y estrechos. Khiara procuró caminar al lado de Alf todo el tiempo que pudo, como si su propia presencia pudiera tranquilizar al clérigo.

En menos de un abrir y cerrar de ojos el claro del bosque quedó desierto por completo. Nadie hubiera imaginado lo que allí acababa de ocurrir. No habían quedado rastros de ellos. Tan solo un pequeño charco de sangre que la tierra se estaba encargando de hacer desaparecer también.

En unos instantes ya no quedaría ni eso.






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