viernes, 30 de noviembre de 2007

El Susurro del Viento - Capítulo 3 -.





El Susurro del Viento

Capítulo 3






Siron suspiró aliviado de haberse librado de aquella mujer nómada. Debía de reconocer que tenía su parte de razón pero su comportamiento era inaceptable. ¡Cómo podía haberse atrevido a amenazarlo !. Bueno, solo había sido una insinuación, pero para él era demasiado. La próxima vez tendría más cuidado al hacer tratos con alguien.

Después de haber elevado sus plegarias a la diosa, pensó que lo mejor era hacerle una visita al clérigo. No podía ocultarle a su superior por más tiempo el asunto que había tratado con Khiara. Se sentía culpable si no lo contaba todo. Y por supuesto, Alf se merecía la verdad. Así que tomó la dirección que su instinto, más que su memoria, le indicó y se dirigió a los aposentos de Alf.

Los pasillos estrechos y sombríos lo condujeron hasta una puerta de madera noble algo ajada por los años. Sí, se trataba de la habitación que buscaba. Con un poco de suerte, su hermano de orden estaría en ella.

Llamó a la puerta.

- ¿ Sí ?.- La voz del clérigo se oyó tras ella.- Adelante.

Siron la abrió despacio y asomó la cabeza sin atreverse a entrar.

- Soy yo.- Dijo.- ¿ Puedo pasar ?.

- Por supuesto, hermano Siron.- Concedió Alf con un gesto de la mano.

El monje acabó de pasar y tomó asiento en una silla que su anfitrión le tendió.

- Gracias.

- ¿ En qué puedo ayudarte ?.- El clérigo mostró sus manos abiertas.

Siron carraspeó antes de hablar.

- Veras, hermano...- Su voz estaba un poco afónica, seguramente por haberla forzado en su conversación con la mujer bárbara.

- ¿ Tenemos algún problema con las extranjeras ?.- Apuntó Alf, que no tenía un pelo de tonto.- Me ha parecido que la mayor, Khiara si mal no recuerdo, se encontraba un poco molesta por algo. ¿ Se trataba de algún asunto de dinero ?.

- No...quiero decir, sí. Bueno...- El monje se miró sus manos regordetas.- Digamos que sí.

-¿ Y bien ?.- Esperó Alf pacientemente.

- Le prometí que le daría diez monedas de plata por escoltarme hasta aquí.

Alf abrió los ojos como platos.

- ¿Escoltarte ?.- Dijo asombrado.- Hermano Siron, que yo sepa de Thiras hasta Puerto Elba no hay un camino excesivamente peligroso. Además, lo has hecho otras veces.

Siron asintió confuso.

- Ella...no sé cómo lo hizo. La cuestión es que me convenció.

- Bien, si lo creíste conveniente...- afirmó Alf encogiéndose de hombros.- Bien está lo que bien acaba.

Entonces la cara del monje se contrajo en una mueca indefinible.

- Esa es la cuestión.- Dijo bajando la voz. Su calva cabeza comenzaba a sudar otra vez.- Que no ha terminado bien. En realidad no ha terminado en absoluto.

- ¿ Y eso por qué ?.- Alf negó con la cabeza.- Vamos, hermano, no tengo todo el día. Habla de una vez sin rodeos, por favor.

El clérigo tosió un par de veces esperando a que Siron se arrancara de una vez. Rezó por que fuera pronto.

- A lo que iba, - continuó el otro haciendo un evidente esfuerzo - le prometí diez monedas de plata y sólo le he pagado dos.

- ¿ Y bien ?.

- Le dije que cuando llegara a este templo...bueno, que cuando llegara, tu...o sea - titubeó muerto de vergüenza -, que...le pagarías.

Alf suspiró y frunció los labios, disgustado.

- Hermano, ¿ cómo has podido cerrar un trato así ?.- Le dijo sin alzar la voz. No estaba enfadado sino importunado.

- Comprendo que he cometido un error. Lo siento.- Se disculpó mientras se retorcía las manos nerviosamente.

- Sabes que todo lo que tengo lo comparto gustosamente con mis hermanos.- Dijo Alf intentando hacerse comprender.- Pero en estos momentos no puedo desperdiciar ni una sola moneda de cobre. No sé cuanto tiempo voy a estar fuera.

- Lo sé, lo sé.- repitió el monje.

El clérigo miró a Siron. Este último estaba consternado.

- Aunque si no hay más remedio,- concedió Alf condescendiente - me haré cargo de las restantes ocho monedas de plata. Si has acordado pagarle, le pagaremos. Ya las devolverás a la orden cuando puedas.

Siron arrugó la cara deshecho de amor por su viejo y querido amigo Alf.

- Gracias, hermano, gracias. - Y añadió.- Pero eso no será necesario porque las mujeres han aceptado quedarse aquí unos días.

- Bien. No hay ningún inconveniente.

- Entonces, puedes pagarles a la vuelta. Ellas están de acuerdo.

Alf meditó unos momentos lo que Siron acababa de decir. Eso podía complicar las cosas. El iba a ausentarse por un tiempo indefinido. Tal vez no volviera.

- Hay, hermano. Eres una calamidad.- Le dijo sin ánimo de ofenderlo.- Siempre metido en líos.

- Tienes toda la razón, Alf.- Reconoció el monje con desánimo.- No debería llevar este hábito. No me lo merezco.

- No digas tonterías.

- Soy un inconsciente. Salgo de una y me meto en otra aún peor.

- Eso sí es verdad.- reconoció Alf.- Pero no te preocupes más. Y en cuanto al dinero...

- Ellas esperarán a que regreses.- Dijo Siron de nuevo.- No pueden irse sin nada en los bolsillos. Cuando vuelvas saldaremos las cuentas. Y en cuanto consiga ocho monedas de plata te las devolveré íntegramente.

Siron no captó el brillo de los ojos de Alf cuando pronunció esas palabras. El clérigo había decidido no contarle a nadie sus verdaderos propósitos. Que se iba tal vez para siempre. A nadie excepto a Thalin a quien nada podía ocultarle.

Su voz estaba cargada de pesar cuando contestó.

- Está bien, hermano. Todo se solucionará cuando regrese.

Siron se sintió más aliviado. Se levantó de la silla y abrió la puerta.

- Por cierto, Alf. Cuidaré muy bien de Thalin.- Le aseguró.- Casi, como lo harías tu mismo.

- Sé que lo harás mejor que yo. El muchacho no podría tener un mentor mejor. De eso estoy seguro.

- Entonces, hasta la próxima. Y buen viaje.- Le deseó Siron sonriente.

Alf le devolvió la sonrisa y lo observó mientras se marchaba.

En su corazón había un gran peso que aumentaba cada vez más. Era un dolor sordo agazapado en lo más profundo, pero ahí estaba.

- Tal vez no haya una próxima vez, amigo mío.- Dijo para sí en un tono apenas audible.- Tal vez esta sea la última para los dos.

Thalin había visto salir corriendo a la joven muchacha de cabellos rubios. Su primera intención había sido ir tras ella pero sus ojos tropezaron entonces con los de Khiara. Vio su determinación y frialdad en ellos y sin saber por qué se encontró devolviéndole una mirada tan fría como la suya. Cómo podía alguien causar el menor daño a aquella otra, tan delicada y cándida. Siron le había dicho que eran hermanas. ¡Quién lo hubiera imaginado !. No se parecían en absoluto.

Sostuvo la mirada de la mujer bárbara hasta que esta se giró y se fue. La observó largamente varios segundos más, indeciso a moverse de allí. Cuando estuvo solo se acordó de la joven rubia.

Había ido hacia el lado este de los jardines. Donde los rincones eran la norma y las estatuas y bancos de piedra ofrecían un escenario misterioso y casi mágico.

Thalin había pasado muchas horas en esa zona que él consideraba privada, pues a parte de Alf nadie solía frecuentarla. Sin tener noción de ello, la joven había buscado refugio en ese místico lugar.

Sin que su mente opusiera resistencia, sus pies comenzaron a andar hacia allí. No tardó mucho en encontrarla, echada sobre un banco cubierto de musgo. La joven lloraba entrecortadamente. Thalin se quedó quieto sin atreverse a romper el silencio. Quería hablar con ella, consolarla, pero no quería invadir la intimidad de la muchacha.

Miró al cielo.

La fuerza del sol se estaba debilitando y sus rayos ya no tocaban el jardín. Pronto la humedad sustituiría al calor y el viento se levantaría llevándose con él las hojas de los árboles.

El no debería estar allí, se dijo. Dio media vuelta dispuesto a marcharse. Entonces cayó en la cuenta de que el llanto de la joven había cesado y de que lo había sustituido el silencio. ¿ Debía darse la vuelta o marcharse ?. A lo mejor ella ya se había dado cuenta de que no estaba sola.

- Tu eres Thalin, ¿ verdad ?. - Sonó en el aire.

La voz de la muchacha era dulce como la miel. Su tono era suave y cálido. De repente quería marcharse a toda prisa. Se sentía tan vulnerable...

- Sí.- Contestó escuetamente girándose lentamente.

Noa, se había incorporado. Ya no llevaba aquellas ropas pardas y verduscas del día anterior. Llevaba un sencillo traje color azul intenso, que resaltaba el de sus ojos. Su cabello rubio caía suelo y despeinado sobre su rostro mojado e hinchado por el llanto. Su figura esbelta pero menuda era armónica y bien proporcionada. A Thalin le pareció preciosa.

- Tu eres el que ha venido a cuidar Siron, ¿no ?.- Preguntó de nuevo.

- No ha venido a cuidarme.- Le rectificó Thalin acercándose a ella.- A venido a enseñarme.

- Bueno, eso quería decir.

El asintió perdonando su error y se sentó en un extremo del banco. Los separaban dos metros aproximadamente. Thalin no quiso sentarse más cerca por temor a que ella se sintiera incomodada.

- Mi tutor, Alf, confía mucho en Siron. Es un buen monje y una buena persona.

Noa no contestó. Sorbió por la nariz ruidosamente.

- Alf va a marcharse.- Continuó él mirando a unos árboles que tenía en frente. - Le han llamado desde Abalach. Allí lo necesitan.

- ¿ Lo aprecias mucho ?.- Preguntó ella.

- ¿Qué ?.

- Me refiero a Alf.- Dijo dándose a entender.

Thalin apartó la mirada de los árboles y la miró.

- Nunca hemos estado mucho tiempo separados. Eso es todo.- Le confesó.

Noa respiró el aire puro del jardín sintiéndose reconfortada.

- No os parecéis mucho.- Dijo distraída.

- No.

- ¿ Cómo es eso ?.

Noa no obtuvo respuesta. Miró a Thalin.

- ¿ Qué ocurre ?.- Le preguntó. El joven parecía ensimismado.

- Nada. Déjalo.

La joven se encogió de hombros.

Estuvieron unos instantes en silencio. La joven a pesar del disgusto que se había llevado antes, daba el aspecto de encontrarse más calmada. Aquel lugar de árboles verdes y fresco aroma la hacía sentir bien.

- ¿ Por qué discutíais tu hermana y tu ?.- Le preguntó él entonces.

La muchacha suspiró antes de contestar.

- Asuntos de familia.- Dijo .- No tiene importancia.

Thalin esperó a que continuara.

- De verdad.- Siguió ella .- Es que tiene mal genio, pero su corazón es bueno.

Los ambarinos ojos del joven brillaron con ironía. Había visto la mirada de aquella salvaje mujer y allí no había nada de bueno.

- Y...sois nómadas ¿no ?.

- Sí.- Le explicó.- Nacimos en el valle Varo.

Thalin observó su pelo rubio y sus ojos claros.

- No se me habría pasado por la cabeza que fueras de allí. Mas bien...- se llevó una mano a su fina barbilla. - pareces del norte, de las montañas.

Noa rió.

- ¡Las montañas !. ¡Qué frío !.- Dijo sujetándose los brazos como si lo tuviera de verdad.- No, no. Para nada. En realidad soy una excepción por lo que a mi físico se refiere. En mi familia todos son como Khiara : Ojos castaños , cabello oscuro y tez morena.

- Ya. Supongo que tiene que ser así.

- ¿ Y qué me dices de ti ?.- Se aventuró ella a preguntar.- Nunca he visto a nadie como tu...tan alto, tan pálido, y... con esos ojos.

Thalin fijó su mirada en un ciprés mecido por el viento. Este se había levantado de repente y serpenteaba entre los ramajes frondosos. Su rincón privado parecía estar dotado de vida propia. Como si estuviera escuchando cada palabra que ellos decían.

En su mente saltó la eterna pregunta que se había hecho desde siempre. Nunca había obtenido la respuesta. Sintiéndose incómodo de nuevo, se levantó del asiento y se dispuso a marcharse. En el aire, flotaron sus palabras.

- Nadie ha visto a alguien como yo.

Noa miró al joven.

Allí de pie, con la mirada perdida y esa expresión tan vacía en sus ojos, le pareció la persona más solitaria del mundo. Aunque sólo estaba a unos metros de ella, la joven sintió que él se hallaba lejos, muy lejos.

Estuvo tentada de decirle algo. Que la perdonara si había dicho algo que le hubiera incomodado, que no había tenido la intención de hacerlo sufrir. Pero no tuvo ocasión de hacerlo, pues Thalin ya había comenzado a andar hacia el templo dejándola sola de nuevo.

El aire que había soplado en el jardín cesó de pronto. Las hojas cayeron y Noa sintió que ya no quería estar allí.

Miró hacia el templo.

Thalin había desaparecido. Sería mejor que ella también entrara. Era probable que alguien la estuviera buscando. Sin pensarlo más, tomó el mismo camino que segundos antes había elegido el joven para entrar en el templo.

El jardín de las estatuas, con sus formas casi vivas y sus expresiones mudas, quedó atrás.

Las ropas de Alf estaban ya preparadas y guardadas en su práctica bolsa de viaje. Se había pasado toda la mañana supervisando sus pertenencias para cerciorarse de que no se dejaba nada importante. Un par de mudas, unas cuantas cosas de aseo personal, un pequeño cuchillo para cortar carne, alimentos varios y sus preciados libros que tanto le habían enseñado.

Alf cogió uno y acarició sus cubiertas con cariño. Era viejo, de color oscuro y estaba cuidado con esmero a juzgar por su buen estado. Los recuerdos se agolparon en su mente. Su juventud había transcurrido entre libros y mas libros como los que guardaba en su bolsa.

De todos los que había leído estos cinco eran los más preciados para él.

Se los llevaría sabiendo que los iba a necesitar. Sus enseñanzas siempre lo habían enriquecido en momentos de duda e incertidumbre.

Alf sabía que estaba emprendiendo un camino sin vuelta atrás. Que era una decisión arriesgada y que pasaría momentos muy difíciles. No sabía lo que iba a buscar ni dónde encontrarlo pero como muy bien había dicho Thalin, no podía quedarse en el templo cerrando los ojos a lo que se avecindaba.

Tres golpes sordos sonaron en su puerta. Alf hizo pasar a quien llamaba. Era el anciano Rogard.

- Hola, hermano.- Lo saludó.

El anciano, medio encorvado, le devolvió el saludo con un gesto rápido de la mano mientras revoloteaba a su alrededor.

- Oh, vaya.- Dijo mirando la bolsa de viaje de Alf.- ¡Sí señor !. Ya está todo listo. Ya nos vamos.

- Sí.- Asintió él.- Ya he terminado.

- Oh, no señor.- El anciano le tiró de la túnica como si fuera un chiquillo.- Aún falta algo, falta algo.

Alf echó una mirada global a su habitación buscando lo que podía haberse olvidado. No vio nada.

- ¿ Qué falta ?.- preguntó.- Tengo todo lo que necesito.

El anciano negó con la cabeza tozudamente.

- ¡Los jóvenes !.- Dijo.- Siempre creen que lo saben todo.

Alf hizo una mueca.

- Ya no soy tan joven, Rogard.

- Uhmm.- Refunfuñó el viejo.- Siempre replicando.

- Qué buscas, hermano, ¿puedo ayudarte ?.- Se ofreció Alf viendo que el anciano pasaba sus nervioso ojos por toda la habitación.

- ¿ Dónde, donde... ?- decía.- No está, no.

- ¿ El qué ?.

- ¡Qué va a ser !.- Replicó furioso.- ¡El escurridizo colgante !.

¿Un colgante ?. Alf no sabía que él tuviera ningún colgante. Intentó decírselo.

- Rogard, me parece que no...

- Estaba aquí.- Se dijo rascándose su anciana cabeza.- Pero ahora ya no. No señor, no lo veo por ninguna parte. Se ha ido.

- ¿Cómo ?.

-¡Que se ha ido !.- Repitió frunciendo los labios.- Siempre hace lo que le da la gana. Siempre se esconde, si señor. Se cree más listo que el viejo Rogard.

Alf no entendía lo que hablaba. Con los años, el anciano monje había comenzado a sufrir la senilidad de la vejez.

Dejó allí al entretenido hombre y salió de la habitación con su bolsa en la mano. Era mejor así. No tendría que despedirse de él.

Cuando llegó al patio vio a Thalin de pie, esperándolo.

Pobre chiquillo, se dijo. Cuánto le apenaba tener que separarse de él. Era casi como un hijo. El joven señaló el exterior del templo. La puerta estaba abierta. Un caballo bayo gris plomizo esperaba atado a una aldaba. Era hora de partir.

Alf llegó hasta el pálido joven y puso una mano en su hombro.

- Cuídate.- Le dijo emocionado.- Y cuida el templo en mi ausencia. Ah... - Añadió acordándose de Bellac.- y no permitas que se mancille el nombre de nuestra diosa, Mara. Aunque los tiempos sean difíciles, hay que tener fe.

El joven asintió.

- Te dejo en buenas manos.- Siguió el clérigo.- Siron te ayudará en todo lo que pueda, y los demás hermanos también. Con Rogard simplemente ten paciencia, es mayor y ya no sabe lo que dice.

- Como digas, padre.- Concedió Thalin.

- Y respecto a las mujeres...- Le explicó.- Son libres de quedarse o de marcharse cuando quieran. He dejado ocho monedas de plata en mi cofre. Dáselas a la mayor y que ellas decidan qué hacer. Los tratos han de zanjarse cuanto antes.

- ¿ Qué tratos ?, ¿ y por qué he de darle dinero ?.- Thalin no estaba enterado de nada.

- Pregúntale a Siron, hijo. Es una historia muy larga. - Dijo.- El te la contará mejor que yo.

Aunque el joven no comprendió prometió hacer lo que Alf le pedía.

- ¿Cuando volverás ?.- Le preguntó. Sabía que era una pregunta estúpida, pues sabía la respuesta. Tampoco había nadie con ellos para que ambos tuvieran que representar un papel fingido.

- No lo se. Pero te escribiré

Para Thalin aquello no era suficiente. No se lo dijo.

- Entonces, ya no nos veremos más.

- Eso solo los dioses pueden decirlo.- Le dijo el clérigo. - Espero que no sea así.

- Yo también. Aún creo que debería acompañarte.- Intentó por última vez.

- No es posible.

- Bien, entonces.- Thalin se apartó del contacto del clérigo. - Cuídate tu también.

Alf asintió pesaroso. Nunca había pensado que llegara el día en que tuvieran que tomar caminos separados. Pero ese día había llegado.

- Me voy ya. No hagamos más largo esto. - Y diciendo esto se dio media vuelta y caminó hacia el exterior del templo. Acomodó su bolsa en el lomo del animal, lo desató y montó en él. No miró a Thalin mientras lo hacía dar la vuelta. Habría sido un error.

Alf clavó la vista en el horizonte. El sol estaba comenzando a despuntar y sus rayos pronto serían fuertes. Debía darse prisa si no quería empaparse en sudor. Sintiendo que todavía Thalin no se había marchado, tiró de él una necesidad imperiosa de girarse y abrazar al muchacho. Decirle cuanto lo echaría de menos y que perdonara haberlo puesto en esa situación.

Sin embargo no hizo nada de eso.

Espoleó a su caballo, Fizz, y lo hizo salir al trote. Los cascos de su montura levantaron el polvo envolviéndolo en un halo de invisibilidad.

Thalin lo vio partir desde las puertas del templo. No sabía cómo pero había conseguido mantenerse más entero de lo que había supuesto. A pesar de que ahora se quedaba solo, todavía no sentía la ausencia de Alf. Lo veía todo como en un ensueño, como si él fuera un espectador más que un participante, aunque en le fondo sabía que no era así y que con el tiempo se hundiría en la amargura. ¿ Cómo había podido Alf dejarlo allí ?. Cómo él lo había consentido.

A sus espaldas y unos pasos ligeros, que se arrastraban con irregularidad alertaron a Thalin que tenía compañía. Una voz gruñona y farfullante le gritó algo mientras se acercaba.

- ¡Aquí lo tengo, aquí lo tengo !. Ya lo he encontrado.

Thalin se giró y vio a Rogar corriendo hacia él. Llevaba algo en la mano sostenida en alto.

- Se pensó que podría engañar al viejo Rogard...- Comenzó. Pero cayó en la cuenta de algo.- ¿ Dónde está Alf ?.

- Se ha ido.- Dijo él aparentemente tranquilo, con voz vacía de emoción.

- ¡Pero no puede ser, no señor !.- Exclamó el anciano molesto.- No puede irse sin el colgante. Lo necesitará.

Thalin se encogió de hombros.

- ¿ Y para qué quiere un colgante ?.

- Ah, jovencito. - Lo regañó Rogard con un dedo acusador.- Este no es un colgante cualquiera. Perteneció al fundador de este templo.- Le explicó.- Dicen que se lo entregó la propia diosa Mara en persona. Es un talismán protector, sí señor, eso dicen.

Thalin negó con la cabeza. Alf acababa de advertirle que tuviera paciencia con él. Asintió por darle gusto al anciano.

- Tómalo.- Dijo entregándoselo con sus manos arrugadas.- Se lo darás tu.

- No. No lo quiero.- Dijo.

- ¡Tómalo, testarudo muchacho !.- Insistió él obligando al joven a que se lo colgara del cuello.- Póntelo y no protestes. ¡La juventud !. Yo a tu edad obedecía a los mayores sin rechistar, si señor.

Thalin se lo puso deseoso de que Rogard lo dejara en paz. En estos momentos no tenía mucha paciencia.

- Cuando vayas a buscarlo...- continuo el anciano.- se lo darás.

- Cuando vaya a buscar a quién.

- ¡A Alf, botarate !,- lo reprendió.- ¿ A quién iba a ser si no ?.

Thalin lo miró. ¿Por qué decía eso el anciano ?.

- Yo debo quedarme aquí.- Le dijo. Era la verdad.

- Pero te marcharás, si señor.- Decía con voz convencida el anciano.- Yo soy viejo, yo sé. Y Alf no volverá.

Esta vez Thalin sintió que el corazón le daba un vuelco.

- ¿ Qué te ha contado Alf, anciano ?.- Le preguntó entrecerrando su ambarinos ojos en busca de respuestas. Pero el viejo parecía haber perdido interés por la conversación y murmuraba para sí con la mente perdida en sus cavilaciones.

- ¡Rogard, hermano !.- Lo llamó Thalin de nuevo.- ¿ Por qué has dicho eso ?.

Pero el viejo se había dado la vuelta y se marchaba a otra parte.

- No volverá, no señor.- Decía.- Se ha marchado para siempre.

Thalin estuvo a punto de detenerlo y sacudirlo como a un fardo. Pero pronto el viejo comenzó a decir necedades y tonterías incomprensibles. El viejo había acertado de pura casualidad, por que Thalin sabía que Alf no había dicho nada a nadie. No habría sido capaz de enfrentarse a la mirada implorante de todos ellos.

En el fondo lo maldijo, por que sí que había sido capaz de dejarlo a él.

Thalin tocó el colgante que Rogar le había colgado al cuello, distraído. Era suave y muy frío al tacto. Hubiera jurado que estaba hecho de una aleación de cobre y plata. Parecía una medalla vulgar y corriente. Lo miró intentando ver qué dibujos se grababan en la superficie rugosa.

Lo más sobresaliente eran dos cabezas leoninas con las fauces abiertas que se enfrentaban entre ellas. Los ojos de ambas parecían ser gemas, del color del rubí. Eran tal vez lo más valioso del colgante. Detrás de ellas se alzaba un sauce llorón tallado toscamente, seguro que por una mano inexperta. Y a los pies del mismo, un ave que no reconoció se posaba en el suelo.

En conjunto era bonito, de color plateado con vetas rojizas que hacían juego con aquellos ojos rojos. Pero no era más que un colgante, pensó, no un artilugio mágico.

Thalin lo dejó caer sobre su pecho. El frío metal le arrancó un escalofrío.

Echó a andar despacio sin pensar a dónde iba. No había nadie por los alrededores e incluso Rogard había desaparecido. Aquel viejo monje le había puesto la carne de gallina por unos instantes. Había dicho que él se marcharía a buscar a Alf. Qué estupidez. Y dejar sus responsabilidades, a Siron y a todos los demás. No, no podía irse.

No debía irse.

Además estaban aquellas mujeres a las que debía atender debidamente. ¿ Y qué significaba lo del dinero ?. Daba igual. Mañana se lo daría a la primera que viera y no haría preguntas. Si fuera realmente importante Alf se lo habría explicado todo antes de marcharse.

Y luego estaba Siron.

Aquel monje era como un segundo padre para él. Era olvidadizo y un poco lento de entendederas pero siempre había cumplido con sus deberes en la orden, tanto en Thiras como en Puerto Elba. Y debía de reconocer que era uno de los más devotos servidores de la diosa de la Tierra.

No, no debía irse. Alf había rechazado todos sus intentos de ofrecerse como su compañero de viaje. Era evidente que quería estar solo, que no necesitaba a nadie. Y de haberse inclinado a tener uno sin duda que habría sido él, ya que a pesar de que Thalin era muy joven nadie más que él comprendía claramente al clérigo.

Una hoja húmeda cayó sobre su mejilla izquierda y se quedó pegada a ella. La apartó sin contemplaciones y la tiró al suelo.

O mejor dicho al césped del jardín.

Thalin se había ido acercando en sus vagabundeos a su refugio preferido, al jardín de las estatuas. Otra vez estaba ante sus figuras, contorsionadas en movimientos gráciles e inmóviles.

Miró a aquellas, sin vida, como tantas otras veces había hecho. A lo mejor esperaba que se la devolvieran como si pudieran hacerlo. No lo hicieron.

El viento se levantó suavemente y le despeinó los blancos cabellos tapándole los ojos. Los ramas de los árboles danzaron para él y Thalin escuchó el sonido del aire al pasar por ellas. De repente se sentía en calma. Extrañamente tranquilo. No supo cuanto tiempo estuvo allí, de pie, acunado por el místico escenario de piedras, cipreses y musgo verdecino.

Sus pensamientos eran transportados por el aire en ondas invisibles y nítidas. Susurraban :

Marcharse...,marcharse lejos...,muy lejos...







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