sábado, 1 de diciembre de 2007

El Círculo del Poder - Capítulo 2

Historial del libro:
Capítulo 01


EL CIRCULO DEL PODER

Capítulo 2 - Henna, la Ciudad Comercial



Ya habían pasado dos días desde que Boreas se marchara y uno desde que Devin y ella emprendieran el viaje. Liriel había desterrado de su mente aquella última conversación con su padre y había viajado fascinada por todo lo que la rodeaba a su paso hacia Henna. Era la primera vez que contemplaba las afueras de Winder y aquella era una experiencia única para ella.

Casi era el atardecer cuando divisaron la ciudad comercial.

- ¡Es enorme !. - Los ojos de Liriel brillaban de admiración.

Devin ya la había visto y no experimentó la misma alegría que ella. Sólo deseaba encontrar una posada donde asearse y comer decentemente y pudieran atender a los animales como era debido.

Ambos compañeros viajaban en un carro viejo tirado por dos caballos. Aunque los caballos alazanes habían aguantado enteros el viaje, comenzaban a cansarse y a resoplar. Minutos después entraban en Henna.

La ciudad se abrió llena de maravillas a los ojos de la muchacha.

Decenas de hombres se paseaban por sus calles, cruzándose unos con otros como hormigas en un hormiguero. Los comerciantes vendían sus cachivaches predicando lo fantásticos que eran a pleno pulmón. Las telas de seda revoloteaban en diferentes y vivos colores. Las mujeres vendían frutas y verduras en sus puestos ambulantes y los niños gritaban jugando y correteando por aquí y por allá.

Liriel no cabía en sí de gozo. Comparada con Winder, Henna era mucho más grande y más poblada. A pesar de estar una al lado de la otra no tenían nada que ver. La geografía era caprichosa.

- ¿A dónde vamos ?.- Preguntó a Devin.

- Vamos a una posada que conozco. Está cerca, no te preocupes.

A liriel no le preocupaba en absoluto lo cerca o lejos que estuviera esa posada. Estaba encantada. Todo le llamaba la atención. Todo era maravillo, nuevo, increíble.

Atravesaron varias calles y muy despacio fueron abandonado la entrada de la ciudad, que era la expresión máxima del comercio. Atrás quedaron los ruidos y reclamos de los vendedores. Y se iba abriendo ante ellos un aspecto distinto de la ciudad. Más tranquilo, más sosegado.

Las casas pequeñas y blancas estaban pegadas unas con otras y no había maleza ni árboles que crecieran salvajes entre ellas. Parecían perfectamente ordenadas. Las calles eran regulares y por ello a Liriel la llenaban de confusión, pues no sabría decir con exactitud cual era la principal. Devin sabía por dónde iba. Había estado allí muchas veces. Varias personas los miraron indiferentes. Estaban acostumbrados a los extranjeros y a los mercantes.

Devin se paró delante de una posada. En el cartel se leía ” Sierra Alta “.

La puerta estaba abierta. Indicó a Liriel que lo esperase y entró dentro. La muchacha esperó subida al pescante del carro durante unos minutos. Entonces la abatió el cansancio. Para cuando salió Devin de la posada ya había dado Liriel alguna cabezada.

- Vamos. Te ayudaré a bajar.- Se ofreció.- Nos hospedaremos aquí esta noche y mañana por la mañana ya veremos qué hacemos.

Un hombre salió de la posada y cogió ambos caballos llevándolos a un lateral donde seguramente estarían los establos. Liriel se apoyó ligeramente en su compañero al entrar en la posada.

Esta era más grande por dentro que ”El Río Dorado“. Las mesas eran redondas y menos numerosas, de madera oscura. La sala estaba poco iluminada. Y al fondo se veían unas escaleras estrechas, sin barandas en las que sujetarse. No había ninguna barra o mostrador sino otra habitación adyacente a la sala.

Una mujer regordeta y bajita les salió al paso.

Cuando vio a la pareja sonrió y le entregó unas llaves a Devin. Liriel estaba muy cansada. Subieron las escaleras y fueron a parar a un pasillo estrecho que comunicaba muchas habitaciones. Había las mismas a un lado que al otro.

Devin se paró ante una de ellas y la abrió.

Una cama grande, una mesa y una silla era todo lo que había. Liriel se dejó caer en la cama sin importarle nada más. Se durmió en seguida.

- Liriel, estaré en la habitación de al lado.- Dijo él. Pero Liriel ya no lo escuchaba.

Devin cerró la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido y se introdujo en la habitación contigua que era de reparto idéntico a la anterior. Se desvistió y se durmió también aunque le costó conciliar el sueño un poco más que a la joven.

El insomnio era un legado que le había dejado el paso de los años.

Egolas se había parado en Henna de camino a Trempos para comprar varios utensilios, comida y ungüentos. El paladín conocía Henna. No en profundidad pero había estado allí un par de veces. Buscaría a June. Ella siempre lo abastecía de todo lo que le hacía falta y además no le cobraba más de lo que creía justo.

Caminó entre las calles de la ciudad como uno más de sus habitantes. Egolas no pasaba desapercibido fácilmente debido a lo formal de sus ropas de color negro, que sugerían la pertenencia a una orden, y a su altura nada dentro de lo corriente. Cuando llegó a la zona del comercio, Egolas se entremezcló hábilmente entre vendedores, malabaristas y demás personas.

Ya veía la tienda de June.

Era como él la recordaba. Pequeña, austera, extraña por lo variado de sus objetos y muy acogedora. Al entrar olores a almizcle, hierbas aromáticas y canela lo envolvieron agradablemente. Era como estar en casa.

June, era una mujer de edad madura, de aspecto corriente. Sus cabellos castaños se recogían en un moño bajo un gorro blanco sujeto con pinzas a la cabeza. Un delantal del mismo color tapaba sus ropas. Y una sonrisa ancha y dicharachera se pintaba en su cara.

Egolas la encontró como siempre aunque con un par de canas más.

Permaneció de pie entre sombras al lado de la puerta. June atendía a otra mujer sin mirar al frente. Había notado que algo tapaba la luz en la entrada de su tienda pero no fue hasta que la mujer se despidió cuando June levantó la vista.

Una figura de un hombre se recortaba en la puerta. Era extraordinariamente alto y al parecer de buen ver. Entrecerró sus ojos en dos rendijas para poder ver su cara, pues el hombre estaba de espaldas al sol y June lo veía a contraluz. Sus ojos estuvieron a punto de salírsele de las órbitas cuando lo reconoció.

- ¡ Por lo más sagrado !- Egolas fue a abrazar a la emocionada mujer. - ¡Cuánto tiempo sin verte !. ¡ Kiril bendito !.

- Hola June. Me alegro de verte - Egolas la abrazó un instante antes de apartarla para verla mejor.- Estás tan hermosa como siempre.

- Adulador.- June ya había pasado la edad del coqueteo pero no le hacía ascos a un cumplido.- ¿ Dónde te metes ?. Hace ya dos años que no te veo.

- Los deberes, querida, no lo dejan a uno descansar. - Egolas sonreía. - Pero no creas que me había olvidado de ti.

June lo hizo sentarse en una silla, emocionada de ver a un antiguo amigo y deseosa de saber más.

- ¿ Estás de paso o vas ha quedarte unos días ?.- Preguntó.

- De paso. Saldré mañana temprano. Tengo prisa.- explicó él.- Sólo he parado en Henna para comprar algunas cosas.

- Eso es poco tiempo.- Dijo ella.- ¿Dónde te hospedas ?.

- Donde siempre. En ”Sierra Alta“.

- Estupendo.- Dijo ella alegremente.- Me encantaría pasar a verte antes de que te vayas, si tengo tiempo.

- Cuando quieras, June.

- Y ahora dime.- Preguntó la mujer.- ¿ Qué puedo ofrecerte ?.

Egolas mostró su bolsa haciéndola sonar con golpecitos en el aire.

- Voy muy ligero.- Dijo - Un caballerizo acaba de dar cuenta de una buena parte de mi dinero. ¿ Qué tienes ?.

June le mostró y explicó qué era conveniente que no le faltara y un par de cosas opcionales. Egolas compró lo que necesitó y se reservó algunas monedas. Eran todo lo que le quedaba.

- Como siempre - Dijo él - Me atiendes de maravilla.

- Es un placer. No todos los días tiene una la oportunidad de servir a un paladín.

Egolas sonrió. Se despidió de June.

- Tal vez pase por Henna antes de lo previsto.

- Si es así, la visita es obligada.- Dijo June señalándolo con un dedo.

- Por supuesto, señora mía, por supuesto.- Egolas besó la mano de la encantada mujer y salió de la tienda.

El sol le dio de lleno en la cara cegándolo unos instantes. Alzó una mano cubriéndose de la intensa luz. El aire puro sustituyó a los especiales olores de la tienda. Egolas respiró una bocanada.

- Señor, ¿ Quiere comprar un callejero por una moneda de cobre ?.

Egolas miró hacia abajo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz y le devolvieron la visión, distinguió a un niño pequeño, pelirrojo y con la cara cubierta de pecas. Estaba sucio y delgado. Su mirada era lastimera, inocente.

- No, gracias, muchacho. No me hace falta.- No obstante, le tendió la moneda de cobre. El niño la agarró veloz y permaneció al lado de Egolas mientras este caminaba.

- Puedo enseñarle las mejores tiendas. También se dónde es mejor la cerveza y la comida.- Insistía sin quitarle ojo de encima a la bolsa del extranjero.

- No de nuevo. No me interesa.- Egolas caminaba ligero y el niño tenía que dar cortas carreritas para alcanzarlo.

- No voy a cobrarle más. Lo haré gratis.- Le aseguró.- Veo que no lleva armas. Yo se donde están las mejores.- Añadió taimado.

Egolas se paró en seco, impaciente.

- No. No me sigas muchacho.- Lo miró directamente a los ojos.- ¿Me has entendido ? .

- Sí, señor.- El niño fingió pesar y dejó de perseguir a paladín.

Egolas sintió lástima.

Tal vez hubiera tenido que darle otra moneda de cobre. Miró atrás. El chico ya se había ido. Continuó caminando bajo el calor hasta que llegó a la posada nuevamente. Estaba más concurrida que cuando la había dejado.

Egolas tenía sed.

El sol de Henna lo había hecho sudar y tenía la boca seca.

Se sentó en una mesa y pidió vino al posadero como tenía por costumbre. Se bebió el vaso de vino de un tirón y pidió otro más.

Entre el calor y las copas de vino Egolas se adormeció. Ya había declinado el sol cuando abrió de nuevo los ojos. Una camarera limpiaba las mesas. La posada estaba casi vacía.

Cuando ella se dio cuenta de que Egolas la miraba se acercó a él.

- No he querido despertados, señor.- Dijo la joven.- Dormíais tan profundamente...

- No os preocupéis.- Egolas se levantó de la silla muy despacio desentumeciendo los músculos .- No pasa nada.

La joven asintió y siguió limpiando mesas.

Egolas subió las escaleras de la posada y sacó las llaves de su bolsillo. Comenzó a abrir su puerta.

A sus espaldas otra puerta se cerró. Egolas se giró.

No podía creerlo. Se trataba de la misma joven que había conocido hacía dos días en Winder. Iba acompañada de otro hombre.

- Volvemos a vernos, muchacha.- Dijo Egolas.

Liriel, que no lo había visto, también se quedó petrificada unos instantes. Al principio no había identificado a quien le hablaba, pero cuando pasó el asombro reconoció al hombre al que había servido el vino en la posada de Teros.

- Oh, qué casualidad.- Dijo Liriel con la torpeza propia de la sorpresa.- No esperaba encontraros aquí.

Devin saludó al hombre y se presentó formalmente.

- Disculpadme, señor.- Dijo a Egolas.- ¿Os importa si me ausento ?. He de hablar con el posadero.

- En absoluto.- Le contestó él con reposo.- Haced lo que debáis.

Devin reparó entonces en el vestuario de aquel hombre.

Años atrás había trabado amistad con un joven que pertenecía a una cierta orden de paladines, que se ataviaba de semejante manera. Por lo que no le costó mucho esfuerzo adivinar que aquel extraño pertenecía a la misma. Y así se lo dijo, para asombro de Liriel.

- Así es, señor.- Reconoció Egolas.- Soy paladín.

- Hacía tiempo que no me tropezaba con alguien con vuestro mismo cargo.

- La orden de los paladines es pequeña y nosotros no solemos marcharnos demasiado lejos de nuestro emplazamiento.- Le explicó Egolas.- Es difícil vernos en lugares como estos, a ciudades turísticas me refiero.

- Si, eso tenía entendido.- Y añadió mirando a Liriel.- ¿Dónde os conocisteis ?.

- En la posada de Teros.

- Oh, claro.- Sonrió. Se dirigió a Egolas.- Ha sido una suerte entonces dar con vos. Y un placer conoceros.

- Lo mismo digo.- Asintió él.

- Ahora, si me perdonáis - se disculpó de nuevo -, me marcho ya.- Después de dirigir una breve inclinación de cabeza al paladín, se dirigió a las escaleras y comenzó a bajar los peldaños.

De repente recordó algo y se atrevió a preguntar.

- Tal vez conocisteis a mi amigo. Se llamaba Venell.

El paladín hizo memoria. Tras unos segundos de concentración negó con la cabeza.

- Lo siento. No recuerdo ese nombre.

El compañero de Liriel le quitó importancia con un gesto de la mano.

- No importa. De todas maneras hace tiempo que le perdí la pista. Adiós de nuevo.- Y bajó el resto de las escaleras perdido en viejos recuerdo.

Liriel y el paladín se quedaron a solas en el pasillo.

- Veo que estáis acompañada.- Dijo Egolas pasados unos instantes.

- Sí.- Contestó ella.- Es el socio de mi padre.

- ¿ Y qué habéis venido a hacer aquí ?.- Le preguntó.

- Tenemos un negocio de alfarería.

- Ah. Comprendo.

- Hemos venido a vender unas cuantas cacerolas y vasijas de barro.- explicó ella.- Henna es una buena ciudad para ello. Winder es demasiado pequeña.

Egolas asintió mirando a Liriel con detenimiento. Volvían aquellos retazos de imágenes sin enlazar. ¿A quién le recordaba aquella muchacha?. Esos ojos profundos, ese cabello ondulado...

- Y vos.- siguió ella al ver que Egolas callaba.- ¿ Qué hacéis en Henna ?.

- Lo mismo que vos : Comprar, vender... - Le dijo sin ser demasiado concreto.- Además, mi caballo se merece un descanso.

Liriel sonrió.

- Entonces, nos encontraremos más veces. Devin y yo vamos a quedarnos aquí un tiempo.

- Me temo que no será así.- Aseguró él.- Me voy mañana temprano. Sólo he hecho un alto en el camino.

- Oh.- Dijo casi desilusionada.- Bueno, de todas maneras, me alegro de haberos visto de nuevo.

- Yo también, joven.- Dijo él.- Os llamabais Liriel si mal no recuerdo.

- Sí, señor.- Contestó liriel encantada de que el paladín se acordara de su nombre.

- Pues entonces, hasta pronto Liriel.- Y diciendo esto se metió en su habitación sin darle la espalda en ningún momento.

Liriel sacudió la cabeza presa del asombro y comenzó a bajar las escaleras en busca de Devin. ¡ Qué casualidad haberse encontrado con el paladín !.

Su compañero estaba sentado en una mesa con dos vasos de aguamiel encima de ella. Cuando llegó con él se sentó a su lado y se enzarzaron en una conversación trivial.

De vez en cuando, la joven miraba hacia las escaleras que llevaban al piso superior. Estaba deseosa de volver a hablar con el hombre.

Liriel recordó las palabras que Teros le dijo tiempo atrás :

“ También puedes conocer gente muy interesante en una posada...hacer amistades.”

Al fin y al cabo, el posadero había tenido razón. Ella, una joven vulgar y corriente, había conocido a un paladín.








El sonido de unos golpes llamando a la puerta despertó a Egolas. Se incorporó rápidamente de un salto, buscó el cuchillo que siempre tenía a mano y una vez en su posesión se aclaró la vista.

Era bien entrada la noche, probablemente faltaran pocas horas para que el sol comenzara su ascenso.

- ¿Quién llama ? - Susurró Egolas muy cerca de la puerta.

Una voz ronca, de hombre, le respondió.

- Lamento molestaros, señor - Era el posadero.- Pero me han pedido que os entregue un mensaje.

Egolas dudó. Nadie sabía que él estaba allí, ni siquiera la persona para quién trabajaba. Además, los mensajes no formaban parte de la orden, los cambios de última hora se hacían siempre personalmente.

Cuchillo en mano, abrió la puerta despacio y sólo un poco.

- Entregádmelo.- Dijo igualmente en voz baja.

El posadero le pasó un papel por la rendija que había abierto Egolas. Acto seguido se marchó.

El extranjero echó un vistazo al pasillo. No había nadie. Cerró la puerta y miró el papel con detenimiento.

Era un papel arrugado y amarillento. Habían unas cuantas palabras escritas apresuradamente. Quien quiera que lo hubiese hecho tenía prisa y mal pulso a juzgar por lo irregular de los trazos.

Egolas leyó :

”Orden de la Estrella. Un camarada necesita ayuda. Callejero espera a mis órdenes.“

Eso era todo.

Egolas dudó qué hacer. Se asomó a la ventana de la habitación. Un chiquillo se apoyaba en la pared de la posada.

Por supuesto que quien mandaba el mensaje conocía la orden a la que él pertenecía, pero eso no le daba ninguna garantía de que fuese un camarada. Podía tratarse de una emboscada. Tenía que tener cuidado.

Egolas se armó debidamente antes de salir de la habitación por segunda vez. Además del cuchillo llevaba una espada curva de hoja corta pero bien afilada, era una cimitarra.

Ya en la calle se dirigió al chiquillo. En seguida reconoció al niño pecoso que le había asaltado a preguntas en la calle. De noche daba un aspecto taimado y en absoluto inocente. Parecía mayor, seguro de lo que hacía.

Así eran los niños que crecían sin techo. Toda su vida era puro teatro para ganarse la vida. A Egolas su aspecto de niño sucio y desvalido ya le había costado una moneda de cobre.

- ¿ Quién eres y quién te manda ? - Preguntó sin preámbulos

- Señor.- El niño hablo en un tono de voz serio. Su rostro era inexpresivo.- Me advirtieron que os enseñara esto si quería que me siguieseis.- Y le mostró un colgante que brilló a la luz de un farolillo del hostal.

Egolas lo acercó a su rostro para poder verlo bien. Sin duda alguna se trataba de la distintiva de la orden. La misma que él mismo llevaba, una estrella de cinco puntas con el nombre del fundador de la orden, Sagen, grabado en la punta superior.

Convencido de la autenticidad de la insignia, asintió con un gesto de cabeza. Todavía podía encontrar más explicaciones a todo aquello, pero si realmente era un compañero quien solicitaba su ayuda, este debía de encontrarse en un apuro. A veces los paladines tenían que arriesgarse.

Siguió al chiquillo.

El niño avanzaba delante de él. Caminaba rápido y con energía. Nadie lo hubiera dicho de un muchacho tan delgado y desgarbado.

Egolas lo seguía memorizando las calles por donde pasaban para saber volver. Aunque le pareció que conocía suficientemente la ciudad, aquel callejero que no levantaba ni un metro y medio de estatura le llevó por lugares que él nunca había visto.

Egolas sujetó con fuerza el cuchillo. Las calles eran oscuras, peligrosas. Comenzó a pensar que había cometido una temeridad. Miró con ojos escrutadores cada rincón, cada sombra que se movía. Todos sus sentidos estaban alerta.

Dieron vueltas y más vueltas.

Por fin, el niño se paró y señaló una calle estrecha, pequeña y travesera. A Egolas se le antojó perfecta para una emboscada así que permaneció de pie sin moverse.

Entonces, alguien salió de las penumbras.

Una silueta se perfilaba más oscura aún que las mismas sombras.

Era un hombre. Su postura mostraba que no estaba totalmente erguido o bien, que estaba bastante cargado de espaldas.

Se acercó a ellos. Era un hombre de barba rala y rostro macilento. Parecía aquejado de alguna enfermedad o herida por lo pálido de su semblante y el sudor que resbalaba por su frente. Una de sus manos desaparecía bajo una capa negra de viaje. La otra mano se tendió hacia el chiquillo y este le entregó sin titubeos el colgante que había usado como señuelo. El desconocido le dio una moneda de plata por el servicio prestado y le indicó con un gesto de cabeza que se marchase.

Una vez que Egolas y aquel extraño personaje estuvieron a solas, este último se dobló sobre sí mismo y cayó sobre el suelo de piedra entre gemidos de dolor.

Egolas se volcó sobre él inmediatamente. Una parte de su mente le había dado razones para pensar que algo así ocurriría. Aquel camarada suyo estaba realmente herido. Había ocultado su herida a toda costa, pues de no haberlo hecho aquel mocoso lo hubiera agredido al verlo débil y robado después todo lo que llevara de valor.

Era admirable el dominio de sí mismo que había mostrado ese hombre al ocultar su dolor con tanta maestría.

- ¿ Dónde está vuestra herida ?- Egolas tanteaba con sus manos por debajo de las ropas del hombre.- Dejadme ver.

El extraño abrió la capa que lo cubría y mostró un enorme tajo en el costado izquierdo.

No llevaba ningún tipo de protección, tan sólo el ropaje típico de la orden de paladines. La herida era limpia, profunda y muy grave. La sangre había manado en abundancia y aunque el herido había tratado de taponarla con un pañuelo, no había sido suficiente para impedir que se desangrara poco a poco. Aquel hombre estaba ante las puertas de la muerte.

- No podéis hacer nada por mí, camarada.- El herido hablaba claramente aunque el dolor era patente en su voz.- Pronto me reuniré con Kiril. No me importa.- Siguió.- Nosotros siempre estamos preparados para morir. Os he llamado por otro motivo.

- Os escucho, señor.- Dijo Egolas.- ¿ Qué puedo hacer por vos ?.

El paladín gimió nuevamente . El dolor era muy fuerte.

- Mi misión. Debéis retomarla vos.- Dijo.- Es de extrema importancia que el pergamino que llevo sea entregado al palacio de Bloshcome, en Seymour. Una guerra puede desatarse si no llega a su destino mañana mismo, como muy tarde al anochecer.

- Mi camino va en otra dirección - Objetó Egolas.- No puedo desviarme ...

- ¡Debéis hacerlo !.- El herido abrió los ojos desmesuradamente al hablar.- No tenéis otra opción.- sentenció.- Os aseguro que es de suma importancia el que llevéis a cabo lo que os pido.

Egolas no lo dudaba , sin embargo...

- Debo presentarme dentro de unas horas en Trempos por órdenes de mi superior.- Objetó.

El camarada negó frenéticamente con la cabeza. Tosió y escupió sangre. Tardo un tiempo en poder volver a hablar.

- Tendréis que enviar a alguien en vuestro lugar. Juzgad por vos mismo.- Y metiendo una mano ensangrentada en sus ropaje sacó un pergamino enrollado y sellado con cera roja. Un cordel de seda, también roja, lo ataba fuertemente.

Egolas lo colocó de forma que le diera la mayor luz posible.

- Está lacrado con un sello real.- Observó Egolas. Sobre la cera derretida se veía nítido el sello de la casa real de los Pandúbal. Aquel pergamino había llegado con seguridad a su compañero de las manos de un miembro de la realeza. Egolas sabía que los deberes de un paladín era más amplios de los que saltaban a simple vista. Es cierto que su objetivo principal era proteger a nobles, sin embargo cuando se escribía un tratado cuya existencia era esencial que permaneciera en secreto, no se recurría a los mensajeros. Era de mayor seguridad recurrir a la orden de la Estrella.

El moribundo asintió ente toses.

- ¿ Comprendéis ahora lo urgente de mi misión ?.

Egolas meditó llevándose una mano a la barbilla. Como bien había dicho su compañero de orden, no tenía alternativa. Haría lo que le pedían.

- Esta bien, camarada.- Egolas vio cómo el herido se relajaba al decir estas palabras.- Haré lo que me pedís.

- Tomad.- Cada vez con más debilidad y lentitud en palabras y movimientos, el hombre le entregó el colgante.- A mi ya no me hace falta y no es conveniente que caiga en manos extrañas. Coged también cuanto poseo que os sea de utilidad. Y no olvidéis tener cuidado.

- Lo tendré. - Dijo cogiendo el medallón.- Pero decidme compañero, que mensaje contiene el pergamino. En caso de extraviarse...

- ¡ No debéis separaros ni un instante en él !.- Se exaltó de nuevo medio incorporándose entre toses. - Debéis defenderlo a muerte, con vuestra vida si hace falta. Como he hecho yo.

- ¿ Qué queréis decir ?- Aún no estaba todo claro.- ¿ Acaso pretendéis decirme que vuestra herida no ha sido fortuita ?.

El camarada hizo amagos de una sonrisa que no terminaba de aflorar a sus labios.

- Ya os he dicho cuán importante es que este mensaje llegue de prisa a su destino y os lo vuelvo a repetir.- Un hilillo de sangre resbaló su boca obstaculizando el avance de las palabras. - No os puedo revelar el contenido...,debe permanecer en secreto. A mí tampoco me fue confiado. Pero lo que sí os puedo asegurar... es que quién me hirió sabía lo que hacía. Mi muerte se planeó ...desde que se conoció la existencia del mensaje, así que os aconsejo ....que viajéis sólo y que no confiéis en nadie.- Terminó de hablar fatigado y extenuado.

- Si así ha de ser, así será. - Aceptó Egolas con firmeza.- Decidme vuestro nombre. Os aseguro que no falleceréis con deshonor. - Prometió.

- Mi nombre es Sir Perkal de Werick.- Aunque desfallecía por momentos el camarada pronunció su nombre con orgullo. - La única familia que dejo es la misma orden a la que pertenezco. Espero haberla servido debidamente.

Egolas gravó ese nombre en su mente.

El hombre se puso más pálido si cabía y cerró los ojos preparándose para lo inevitable.

- Oh , Dios. Aquí está vuestro devoto servidor, paladín de la orden de la Estrella. - Y miró a Egolas con ojos cansados .- No he podido comulgar desde hace tiempo. No me gustaría entrar en el reino de Kiril sucio de pecados.

- Sabéis que no soy sacerdote.- Egolas respiró hondo y puso su mano izquierda en la frente del herido. -¿Os bastaría con una pequeña oración ?.

- Será suficiente.- El hombre había cerrado de nuevo los ojos. Su respiración anunciaba el final.

Egolas pronunció la única oración que sabía, aprendida en infancia, con voz suave y monótona. Fue esta una oración corta, de frases sencillas y palabras evocadoras. Cuando terminó de canturrearla , el hombre ya había fallecido.

Egolas lo observó unos instantes antes de cubrirlo con su capa. Nunca supo si su oración fue escuchada en su totalidad, pero el hecho le proporcionó algo de alivio a su apesadumbrada alma. Un compañero había muerto. No era totalmente un extraño pues una orden los unía en propósitos y convicciones.

Cada vez era más consciente de la fina línea que trazaba el paso de la vida a la muerte. Sus labios pronunciaron el nombre de su Dios en voz baja, como un escudo de protección.

Y en silencio y con una pesada carga en su corazón, caminó entre las sombras hasta dar con la posada.







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