Capítulo 3 - Dificultades
Liriel estaba despierta desde hacía media hora. Permanecía quieta en la cama, todavía sin levantarse. La luz matinal se filtraba por su ventana dificultando que volviera a coger el sueño. Dio vueltas hacia un lado y hacia otro pero viendo que ya no podría volver a dormirse, se levantó de un salto y comenzó a arreglar su habitación.
Entonces oyó un clic, el pomo de la puerta se giró y esta se abrió por fin.
Liriel esperaba que Devin asomara la cabeza de un momento a otro, pero no fue él quien entró sino el paladín.
- ¡Señor!.- Se sorprendió ella.- ¿Qué hacéis aquí?, ¿cómo habéis entrado ?.
El paladín la miró con ojos cansados.
- Perdonadme, Liriel.- Su voz sonaba apagada, sonámbula.- Tenía que veros y la puerta estaba entreabierta.
- Me habéis asustado.- Le dijo ella.
Egolas no contestó. El hombre se limitó a permanecer de pie ante ella.
- ¿Qué os ocurre?.- Liriel supuso que algo había sucedido. El paladín no era el mismo. Parecía más viejo y cansado.- No tenéis buena cara.
- No, supongo que no.- Dijo él en un susurro.
La miró de nuevo.
- Veréis, Liriel.- Comenzó Egolas.- Esta noche han asesinado a un compañero de mi orden.
Liriel se llevó las manos a la boca muda de asombro.
- ¡Por Kiril bendito!.¿ Y cómo os habéis enterado ?.- Preguntó.
- Me mandó un mensaje. Debió ver dónde me hospedaba.- Contestó él.- Cuando acudí ya estaba medio muerto.
Liriel lo miró sin saber qué decir.
- Necesito vuestra ayuda.- Pidió Egolas seriamente.
Liriel ladeó la cabeza. ¿Qué podría el paladín querer de ella ?.
- ¿ Y en qué puedo ayudaros yo ?.- Le preguntó.
- Por deber a mi camarada debo retomar su misión, y entregar un mensaje urgentemente. - Le explicó.- Pero tal hecho interrumpe la mía. Me dirigía a la ciudad de Trempos, y ya no me va ha ser posible presentarme allí.
- ¿Qué queréis decir?.
- Me encuentro en una situación desesperada.- Contestó.- Os estoy pidiendo un favor.
- ¿ Y de qué se trata exactamente ese favor ?.
Egolas que había estado de pie mientras hablaba, se sentó en la silla de la habitación y miró directamente a la muchacha.
- Sé que puede pareceros una locura...pero os estoy pidiendo que vayáis vos en mi lugar.
Liriel se quedó callada unos instantes. ¿ Realmente estaba oyendo bien ?. ¿ Es que todo el mundo se había salido de sus cabales ?. Antes su padre, y ahora el paladín.
- ¿No podéis mandar a un emisario?.- Le preguntó confusa.
- No.- Explicó.- Los mensajes pueden falsificarse fácilmente si son interceptados. Podrían crear graves problemas cuando se está cumpliendo con una misión.
Liriel sacudió la cabeza negativamente.
- Me estáis pidiendo algo imposible, señor. Yo jamás he salido de Winder y esta es la primera vez que viajo.- Le dijo ella.- No sabría llegar a Trempos ni aun que me dierais un mapa.
- El cómo lo haríais es lo que menos me preocupa.- Le aseguró.- Lo importante es que en caso de que aceptarais partierais inmediatamente.
- ¿ Estáis seguro de lo que decís ?.
- Absolutamente.- confirmó él.- Creedme si os digo que a mi tampoco me halaga esta situación. Pero es mi deber buscar todas las soluciones posibles y esta es la mejor que tengo.
- Habláis como si fuera cuestión de vida o muerte.
- Y lo es. Son asuntos muy delicados los que llevo entre manos. No dependen por entero de mí pero en estos momentos si algo se torciera sería exclusivamente responsabilidad mía.
- La verdad.- Dijo Liriel.- No se qué hacer. No puedo pensar con claridad. Me estáis pidiendo algo increíble.
- Pensad que me ayudaréis no solo a mi, sino a todos aquellos a los que represento.
Liriel se pasó una mano por los cabellos. Tenía muchas dudas.
- ¿No podéis explicarme con más detalle de qué se trata ?.- Preguntó a Egolas.- No creo ser la más indicada para ayudaros.
- Lo lamento, Liriel. Debo guardar el secreto que impone mi orden.- Se disculpó él.- Debéis confiar en mí. Por favor, aceptad. No tengo a nadie más a quién acudir.
- ¿ No tenéis ningún compañero aquí en Henna que pueda sustituíros ?.
- No. Ya os enterasteis ayer, cuando hablaba con vuestro compañero, de lo difícil que es dar con uno de nosotros.- Le recordó él.- Y yo apenas tengo tiempo para buscar a un camarada. Debo partir ya mismo.
Liriel suspiró.
El paladín parecía estar realmente en apuros. La estaba observando con intensidad. Su conciencia le aconsejaba que se negase, que rehusara implicarse en problemas si podía evitarlo.
Liriel lo miró turbada unos instantes antes de preguntar.
- Pero, ¿por qué yo ?.- Quiso saber.- ¿ Qué os da confianza para que sea yo quién os ayude en vuestra misión ?.
Egolas asintió, comprendiendo la turbación de la muchacha. La miró con serenidad.
- Debe de ser instinto.- Le dijo.- Desde que os vi en la posada, me inspirasteis un sentimiento indescriptible. Esa mirada vuestra...esos ojos verdes...es como si ya os conociera. Tal vez ha sido por eso por lo que me he atrevido finalmente a pediros ayuda. Sé que no vais a fallarme.
Liriel se ruborizó. Aquel hombre estaba delegando en ella un asunto de vida o muerte sólo porque ella le resultaba familiar.
Definitivamente, pensó, debía correr un virus que contagiaba la locura. Jamás pensó un paladín pudiera hacer algo semejante. Un paladín o quien fuera, pero menos aún un paladín. ¿ Qué debía hacer ?.
Liriel lo miró.
Aquel hombre seguía esperando una respuesta, pacientemente. Aquel desconocido, estaba dando muestras de una confianza absoluta en una joven inexperta de la vida, en ella. La necesitaba. Alguien pedía su ayuda sin juzgar su edad, inocencia o apariencia frágil.
Este hombre de Aldares estaba viendo a Liriel como una persona capaz. Como a una mujer joven en la que se podía confiar, como una inestimable ayuda.
A lo mejor fue eso último lo que le dio a ella el impulso necesario para decir :
- De acuerdo. Os ayudaré.
El hombre asintió.
- Gracias, Liriel.- Dijo sinceramente el paladín.- Jamás os podré recompensar suficientemente este favor que ahora vos me hacéis. Os doy las gracias en mi nombre y en el de mi orden.
La muchacha se levantó embargada por la emoción. No sabía dónde meterse. ¿ qué debia hacer ahora ?. Entonces le vino una idea a le mente y buscó algo en uno de los cajones de la habitación. Sacó un papel algo desgastado y una pluma de mala calidad.
Escribió :
“ Devin, he de ausentarme por un tiempo. No te preocupes por mí. Recibirás noticias mías muy pronto. Liriel.”
Una vez hubo terminado dejó el papel encima de la mesa para que Devin lo encontrara sin ningún problema. Miró al paladín.
- Podemos irnos ya.
- Gracias de nuevo, muchacha.- Le repitió él.- Vayámonos entonces.
Los dos salieron de la habitación con paso decidido.
Egolas ya había pagado por la estancia en la posada, así que dejó las llaves en un mostrador que había en la sala contigua a la sala principal.
Cuando estuvieron fuera se dirigieron hacia los establos. Ambos permanecieron en silencio hasta que les salió al paso un sucio mozalbete.
Era el caballerizo.
- Muchacho.- Llamó Egolas.- Prepara mi caballo y otro más, pero que sea rápido.
El muchacho asintió y trajo al instante a los dos caballos. Ensilló a Zaltior con parsimonia y después le tocó el turno al otro. Era un alazán, de la misma raza que los que habían tirado del carro de Liriel. Pero este último tenía las crines doradas, en contraste con su cuerpo rojizo.
Egolas ayudó a montar a Liriel en el caballo castaño y después subió él a su montura.
- ¿A donde vamos ahora?.
- Ya lo veréis.
Pusieron al paso a sus monturas y atravesaron Henna casi hasta sus puertas.
Egolas paró a Zaltior delante de una tienda enorme. Desmontaron y ataron los caballos en el exterior. Egolas entró primero.
Liriel miró todo con los ojos muy abiertos.
La tienda estaba atestada de numerosos artículos ; Libros, ropa de todos los colores y tallas, objetos de recuerdo con el nombre de la ciudad escrito en ellos, arcos de madera, sombreros, zapatos, cinturones de todas las texturas...Liriel no cabía en sí de gozo. Jamás había estado en una tienda tan grande y con tantas cosas para mirar.
Egolas se detuvo ante un estante repleto de prendas de vestir. Comenzó a coger lo que necesitaba.
- Esto irá bien. Y esto también.- cogió unas botas de cuero negro.- Necesitareis un calzado adecuado para montar.
Liriel intuyó que el paladín le estaba proponiendo un cambio de imagen.
- Iréis mejor vestida con estas ropas.- Le dijo a ella entregándole todo lo que había ido seleccionando.- Probáoslas. Veremos qué tal os quedan.
Liriel asintió y se ocultó tras una cortina que hacía de probador. Se quitó sus ropas. De su bolsillo derecho cayó entonces el papel que había estado guardado en él y que tanto había preocupado a su padre. Con un gesto rápido lo cogió de nuevo y lo metió en un bolsillo de un chaleco que sostenía en el brazo con el resto de las prendas que iba a probarse.
Primero, se puso una falda de cuero negro, ligera, que no le llegaba a la rodilla y que tintineaba bajo el movimiento de numerosos adornos de plata. Presentaba también cortes en los bajos para que fuera cómoda para montar a caballo. Un cinturón también oscuro y con hebilla de plata se ajustaba a su pequeña cintura. Para la parte superior del cuerpo Egolas había seleccionado una camisa sencilla, blanca, de mangas anchas y colgantes, y cuello cerrado. Encima de la misma, Liriel se colocó el chaleco, también de cuero negro pero sin adornos y con un bolsillo a cada lado. Por último se puso las botas. Eran tan ajustadas que le costó un enorme esfuerzo calzárselas. En sus tacones brillaban las espuelas.
Ya estaba todo. Descorrió la cortina. Egolas estaba esperándola pacientemente al otro lado.
Cuando la vio, el paladín se quedó estupefacto.
Aquella no era la joven que él conocía. La que se presentaba ante sus ojos era una mujer en toda regla.
Los cabellos oscuros y ondulados de Liriel remarcaban aun más la profundidad de esos ojos infantiles de color verde oliva. Tenía un aire inocente, como siempre lo había tenido, pero aquellas ropas, sobrias, oscuras, tan regias y formales, la envolvían con un aura llameante, exótica.
Liriel estaba quieta, con los brazos pegados al cuerpo.
Pudo ver cómo a Egolas le cambiaba la expresión del rostro. Sintiéndose un poco incómoda dirigió la mirada al suelo.
- Creo que así vestida no tendréis ningún problema para entrar en Rinos.- Dijo Egolas un poco turbado.- Estas ropas simulan bastante bien la apariencia de un paladín.
Liriel se deshizo de asombro. ¡Ella vestida como una mujer paladín !.
- ¿ Por qué queréis que vista como un paladín ?.- Le preguntó.
- Será más fácil así. Estas ropas os evitarán un sinfín de explicaciones cuando lleguéis a vuestro destino.
- ¿ Y a dónde se supone que me dirijo concretamente?.
- Al fuerte Rinos.
Liriel aceptó la escueta explicación del paladín sin hacer más preguntas.
Cuando Egolas hubo pagado la ropa de la joven, salieron de la tienda y entonces él se dirigió a la muchacha muy seriamente.
Todavía no se había acostumbrado a verla así, por lo que su voz se quebró un poco al hablar. Rehuyó mirarla directamente a los ojos.
- Escuchad, Liriel. - Le dijo.- Si no queréis hacer esto todavía estáis a tiempo de cambiar de idea. No tengo derecho a pediros que sigáis adelante.
¿Pero qué estaba diciendo Egolas ?. Ahora que sentía que había tomado la decisión correcta, no podía echarse atrás. Además, pensó Liriel, tal vez fuera el momento oportuno para demostrar que ya no era ninguna niña y que podía cuidarse muy bien sola. ¡Claro que seguiría adelante !.
- Gracias, Egolas. Pero no voy a renunciar ahora.- Contestó muy seria.- Como muy bien dijisteis hace un momento es una situación desesperada. Y no tenéis a nadie más.
Egolas asintió.
El paladín sintió verdadera admiración por la muchacha.
Sabía que estaría asustada pero no obstante anteponía lo que ella creía que era su deber a sus temores. Aun así quiso dejar muy claro que ella era libre para marcharse cuando quisiera.
- Quiero advertiros que esto no es un juego. Aunque fuerais un verdadero paladín no estarías exenta de peligro.- Apuntó con voz igualmente seria, preocupada.- Tal vez me precipité al pediros ayuda.
Liriel no cedió.
- He dicho que voy a ayudaros, Egolas. ¿Por qué os arrepentís ahora ?.
Egolas no quería admitir que tenía miedo por ella. Si algo le ocurriera a la muchacha no se lo perdonaría en la vida.
- No me arrepiento. Sois mi única esperanza.
- No voy a cambiar de opinión.- Era peligroso hablar sobre este tema a la ligera pero la euforia del momento unido a la personalidad indomable de la muchacha, hacían que ella hablara casi automáticamente.- Vos decidme cómo he de llegar.
Y sin más, Liriel tomó la decisión.
Egolas cogió a los caballos por las riendas y ambos pasearon hablando sobré cómo tenía ella que hacer frente al viaje.
El paladín le dio a Liriel unas cuantas instrucciones verbales; qué debía decir si la paraban, que debía decir para pedir ayuda en caso de necesitarla, qué decir cuando llegara al fuerte Rinos... Y también la aleccionó sobre posturas, gestos que empleaba la orden, saludos corteses, y todo un sin fin de detalles más. Liriel absorbía las lecciones con avidez. Egolas seguía sintiendo resquemor.
- ¿Habéis comprendido todo?, ¿tenéis alguna pregunta ?.- Quiso saber él.
- Sí, cómo sabré el camino correcto que debo tomar.
Egolas asintió.
Sobre esta parte ya tenía la solución. Era la más adecuada y además ofrecería protección a la muchacha.
- Montaréis a Zaltior.- Dijo seguro.- El os llevará. Conoce perfectamente el camino.
Liriel no podía creerlo. ¡Iba a montar en el caballo de Egolas !.
- ¿ Yo ?, ¿ vuestro caballo ?.
- Eso he dicho, sí.
- ¿ Y vos qué haréis ?.
Egolas miró de reojo al alazán. Este le devolvió la mirada con pasividad.
- No será tan buena compañía como mi compañero de fatigas,- contestó dando una palmada al cuello de Zaltior- pero me servirá de todas maneras.
Liriel asintió. La emoción era abrumadora.
Ambos siguieron paseando por las calles de Trempos ultimando todos los detalles del viaje de la muchacha.
De repente Egolas se paró. Liriel se detuvo también a su lado. Siguió la mirada del paladín. Este ponía su atención en un tenderete montado al descubierto que parecía vender animales. Unos podencos enormes y de aspecto poderoso saltaban y brincaban en el pequeño espacio que tenía. Una red de tela limitaba sus juegos.
La joven se preguntó qué interés tenía todo aquello para el paladín.
- ¿ Qué os parecería tener compañía ?- Preguntó Egolas a Liriel sin quitar la vista de encima a un podenco castaño de pelambre sana y brillante.
Ella lo miró de hito en hito. Debía tratarse de una broma.
- ¿ Un perro ?.- inquirió.- ¿ Por qué querría yo un perro?.
- Me sentiría más tranquilo.- Dijo por todo argumento. - Con Zaltior y un podenco al lado, cualquiera se lo pensará dos veces antes de molestaros.
Era razonable, se dijo ella. No obstante ella no tenía ninguna experiencia con los animales. ¿ Cómo iba a manejar a dos a la vez ?.
- Como veáis. - Se encogió de hombros Liriel.- Haced lo que queráis.
Los dos ”paladines” se dirigieron a la tienda de animales.
Egolas regateó el precio del animal hasta que se lo vendieron por cinco monedas de plata. El gran podenco estaba amaestrado según le había dicho el dueño, y aunque no era agresivo con la mano que le daba de comer, podía serlo con los extraños a una orden de su amo.
El podenco al verse libre emprendió cortas carreras ensimismado y cuando se cansó se sentó agotado a los pies de Liriel. Esta le dio una cuantas palmadas en el ancho lomo con prudencia, aun no sabía cómo debía tratarlo. Ella nunca había tenido antes un perro y desconfiaba un poco de las reacciones que pudiera tener el animal.
La conciencia del paladín pareció relajarse con la nueva adquisición.
Egolas miró entonces la posición del sol y luego a la muchacha.
- Deberíais partir ya, se hace tarde. - Dijo él.- No es bueno tentar al destino.
- Como digáis.
El paladín la ayudó a montar en Zaltior.
Este no se removió y permitió que Liriel lo montara dócilmente. La joven se acomodó en la silla de montar y silbó al perro como le había dicho que hiciera el vendedor para llamarlo. El animal corrió hacia ella obedientemente.
Egolas miró a Liriel una vez más asombrado. ¡Que cambiada estaba la muchacha !.Parecía una auténtica mujer paladín.
- Aún os falta algo, Liriel, para que os abran las puertas del fuerte.- Dijo Egolas sacando algo de su bolsa.- Con Zaltior, en sus alforjas, lleváis todo lo que necesitáis para el viaje; comida , agua y varias cosas más. Pero esto debéis llevarlo puesto al cuello.- Y le mostró un colgante idéntico al suyo: Una estrella de plata de cinco puntas, el símbolo de la orden de los paladines.- Ponéoslo y no lo perdáis nunca. Fue de Sir Perkal, el hombre en cuyo favor actúo.
Liriel se agachó sobre la silla de montar y permitió que Egolas se lo pusiera. Cuando lo tuvo en el cuello Liriel acarició el suave metal.
- Recordad el nombre de mi superior. Sir Ulquier.- Dijo.- Es a él a quién debéis explicarle todo lo ocurrido.
Liriel asintió.
- Me gustaría pediros un favor, Egolas.- Dijo ella.
- Lo que queráis.
- ¿ Os importaría mandar un mensaje a mi padre ?.
- En absoluto.- Respondió él.- ¿ Donde debo mandarlo exactamente ?.
- A la posada ”El Río Dorado“. Teros le entregará el mensaje.- Explicó.- Decidle a dónde voy y por qué lo hago. Cuando Devin le diga que me he separado de él querrá saber por qué.
Egolas le prometió que así lo haría.
- Mejor me voy ya.- Liriel acarició con dulzura el cuello de Zaltior.
- Que kiril os proteja en vuestro viaje.- Se despidió.- Y gracias de nuevo, Liriel. Espero que cuando vaya a Rinos aún estéis ahí.
- Oh. No os preocupéis por eso.- Dijo ella.- No pienso marcharme sin que antes me enseñéis la ciudad de Trempos. Ya que voy a ella me gustaría conocerla. Además, - añadió pensando en la dura realidad -, no sabría cómo volver...
- Con mucho gusto os la mostraré a mi regreso.- Le aseguró.- Os debo un favor muy grande que nunca podré pagaros con nada.
La muchacha sonrió halagada y miró unos instantes a aquel hombre a los ojos. Jamás olvidaría este momento.
Momentos después, sujetó con firmeza las riendas y espoleó al caballo.
Egolas la vio ponerse al trote, hacia Trempos.
Daba el aspecto de una amazona consumada. El era el único que sabía que todo era una farsa montada para ayudarlo a él.
Liriel no sabía el importante papel que estaba desempeñando. Para ella esto no era más que una aventura y una forma de demostrarse a sí misma que podía manejarse sola sin la ayuda de nadie.
El paladín siguió con la mirada fija en la lejanía.
Sólo cuando el alazán pateó el suelo cansado de esperar, desvió la vista. Un nudo de emoción contenida mordía la boca de su estómago. ¿Habría hecho bien ?. ¿Realmente había sido aquella la única opción ?.
Entre dudas, puso su caballo al trote largo en dirección a Seymour. Sólo paró un momento para cumplir con la promesa que le había hecho a la muchacha.
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